El lobo de plata - parte 13 (final)

“Mi madre, una mujer virtuosa, y mi padre, un hombre valiente y admirable, al fin ven el resultado de esta travesía. La provincia a la que hemos llegado aún no tiene nombre. Será de quince leguas de longitud y diez de latitud, desde el río hasta el desfiladero, que tiene gran vista al resto del mundo. Ha sucedido aquí una guerra bastante cruenta en la que nuestros hombres nos han liberado de indígenas que comen carne humana. Y de esta victoria, el héroe responsable es el general Mazimiliano y por ello damos gracias a Dios nuestro señor”, crónicas de Helena Monfort.

El general queda frente a Miler y lo mira fijamente. Ante la amenaza, el lobo ruge de manera estridente, el sargento dispara antes de ser empujado, mientras el rugido tumba casas de paja, madera y piedra. La flecha lanzada se desvía y cae en una de las cargas explosivas de la pirámide, que detona en cadena alrededor de su base.

La explosión es tan impresionante que no deja piedra sobre piedra. Miler aprovecha el pánico para ordenar la retirada, pidiendo también que se lleven a los indígenas capturados, mientras apenas se puede mover.

Los nativos están atónitos, pero Mistar Yil se acerca a la princesa y le dice que huya cuanto antes. Si el nuevo taramara Xua se entera que está viva, tendrá muchos problemas. Ella está de acuerdo.
Con silbidos, Mistar Yil reúne a los hombres, mujeres y niños a su alrededor. Y mira hacia al cielo. A lo lejos, alcanza a ver al ave de plumas blancas en su cuerpo y negras sobre su cabeza.

- No es esto una victoria.
Actolé se ha ido y desapareció en la faz del cielo.
A cargo de Lanine nos ha dejado.
Pero no hay que sufrir porque Actolé volverá.
Nuevamente nos permitirá descansar en campos suaves y fértiles.
Mientras esté resguardado y en silencio en el Arizal,
nosotros debemos reunirnos y estrecharnos.
En nuestro ser debemos guardar nuestros conocimientos y todo lo que amamos.
Porque este gran tesoro no puede llevárselo el extranjero.
Cada casa, cada escuela y cada recinto aquí deben ser destruidos.
Que no quede piedra sobre piedra, para que al enemigo no les sirva.
Nuestros caminos deben borrarse, para que el enemigo no nos encuentre.
Y nuestros hogares permanecerán en nuestro profundo ser y se levantarán hasta que regrese Actolé.
Padres y madres serán nuestros maestros, médicos y guerreros.
Todos sus saberes serán transmitidos a sus hijos,
sin olvidar decirles qué buena ha sido nuestra amada Selseux con nosotros.
Cómo nos ha amparado y protegido a nosotros,
y a los que vivieron antes de nosotros,
y cómo debemos responderle con respeto y buen comportamiento.
Será deber de nuestros hijos informar a sus hijos este acontecimiento,
y luego a los hijos de sus hijos,
y que sepan cómo regresará, cómo será su fuerza y cómo realizará su destino tan bueno para todos nosotros.
Nuestra amada tierra es Selseux.
Si olvidamos su nombre, nunca regresará Actolé.
Pero mientras exista su nombre en nuestro mundo y en nuestras bocas,
nunca acabará su fama ni su gloria.

Julián escucha el discurso y se marcha con Vlixes, desapareciendo para siempre. María lo escucha y se va con el lobo, siendo tocado por los hombres y mujeres mientras parten al interior boscoso. Pronto todos los indígenas pesimistas, tristes y derrotados, hacen caso, y desarman sus casas y sus mobiliarios sin fuego ni ruido, excepto por el llanto de los niños. En menos de una hora, la enorme ciudad de Anegatra se ha reducido un enorme campo de escombros en el que nada puede reconocerse.

Pronto se ven las madres cargando a sus hijos pequeños en la espalda y el resto de pobladores únicamente con lo más básico a sus espaldas, guiados por el Taramara Xua, su favorito Gorid, Zebas, Mistar Yil, Astro y Federozit.

- ¿A dónde irán? – preguntó Mazimiliano, sin pensar que lo escucharían.
- Hay bases por todo el territorio – contestó María, al parecer sin percatarse de que lo escuchaba – Es algo que Xua admiraba de Fer-Sho y Saraguma. No quería quedarse quieto en un solo lugar.
- ¿Y a dónde iremos nosotros?
- Hay un bosque de robles. Es un lugar remoto y nadie va. Me lo enseñó mi madre hace mucho tiempo. Alguna vez escuché que lo custodia un ermitaño, no sé si esté vivo todavía… ¡Puedo escucharte! – exclamó mientras se abrazaba a su cuello – pero tu humanidad…
- Mistar Aryu y Actolé, si es que era él, me han dejado así, no perderé mi humanidad. Volveré a mi forma humana cada vez que haya luna llena.

Un par de días después, encuentran un claro con una cueva completamente habitable, con una estufa y una chimenea de piedra, incluso con una caída de agua fresca. Aunque la fogata parece que fue apagada hace poco, no encuentran a nadie. Con el olfato del lobo, pronto hallan a un hombre recostado en un árbol. Está muerto, a pesar de tener una apariencia madura no parece haber fallecido de vejez, y una expresión feliz en su rostro da la sensación de haber esperado ese momento.

María ve algunos símbolos tallados en el árbol, que dicen “Terani finalmente ha venido por mí”. La princesa relaciona varias memorias y le dice a Mazimiliano que el señor de los robles fue exiliado bajo una maldición de Mistar Jazán, y lo que había escuchado era que moriría cuando Anegatra cayera también. Aunque ella apenas lo recuerda cuando era pequeña, ve que tiene el mismo aspecto.

“Tal vez nunca envejeció después de su maldición. Podría haber vivido para siempre, pero en soledad es peor que la muerte”. Mazimiliano le pregunta que, como ella lo hizo de joven, podrían haberlo visitado, y ella le contesta que en esa oportunidad junto a su madre llegaron por error, y él las echó, diciendo que no eran dignas, que nadie era merecedor de venir a verlo.

- Probablemente vivas mucho tiempo, como él. Yo moriré de vieja, y tú seguirás vivo mucho tiempo más.
- No. Es como ha dicho Mistar Yil: mientras nunca olvide tu nombre ni tu recuerdo, siempre estarás viva conmigo.

Cerca del árbol, descubren que el ermitaño ha construido un santuario para Terani, en el que cabe solamente su cuerpo. María es quien lo mortaja y con la ayuda del lobo lo introducen en la pequeña torre de techo abierto, y regresan a descansar al interior de la cueva.

A cierta distancia, en otro lugar, algunos sollozos se escuchan ahogadamente, unas ramas que terminan de consumirse por el fuego, algunas piedras que caen por su propio peso en algún lugar. Pronto estos sonidos son acallados por los trotes de la caballería, que llegan encabezando una espectacular caravana.

En cuanto se detiene, la primera persona en bajarse del caballo es un soldado, con sus armaduras plateadas y brillantes. Se dirige hasta uno de los carruajes, abre la puerta y extiende la mano. Antes de que el brazo blanco de una mujer se exponga, ya se ha dispuesto en el suelo unas escaleras y una alfombra rodeada de mujeres. La mujer sale y mira asombrada alrededor.

- Brigadier Corner, this is a beautiful landscape – menciona, al parecer sin percatarse de la destrucción a su alrededor, tomando la mano del soldado aun cuando ya se ha bajado.
- Amadísimia mía – dice otro hombre tras ella y la mujer suelta al soldado – Ya le he puesto el nombre a nuestro reino. Te concedo el favor para nombrar esta ciudad. Tu primer dictamen como reina.

La mujer pálida y regordeta continúa observando en dirección al barranco. Finalmente, en un estridente español le responde que llamará al lugar como lo hacían los aborígenes y pide que busquen a alguno. El brigadier Corner pronto llega con una niña de aproximadamente diez años, catatónica, con el rostro juagado de lágrimas. Él le dice en inglés británico que es su primer regalo, una esclavita indígena. La reina se arrodilla para quedar a su altura y le pregunta tiernamente por el nombre del sitio, pero la niña no comprende, así que Corner la zarandea por los hombros hasta que solo repite varias veces: “tívecre”.
- Ese será el nombre. Tívecre. Seguro que su significado es hermoso.

Inmediatamente varios esclavos africanos se encargan de apilar los ladrillos que encuentran alrededor, mientras algunos indígenas son encadenados. El nuevo rey ordena que la construcción de su palacio se realizará precisamente en el lugar en el que estaba la pirámide, sin saberlo, solo viendo la vista.

Un campamento temporal es levantado alrededor mientras se construye sin descanso el nuevo palacio. A la carpa en la que pernoctan los reyes ingresa el brigadier Corner. Allí están los reyes y su hija Helena, que escribe las crónicas sobre el lugar. El soldado introduce a Cristian, seguido de Fernando y Gabriel, a quienes presenta como sus sirvientes, tal como estuvieron al servicio del padre Carlos. Los reyes le piden que se siente en un sofá mientras le sirven una taza de té, mientras que los indígenas se quedan en la entrada.

Él les comenta que su maestro le dio el sacramento de la Orden Sacerdotal, así que será él quien se encargue de los asuntos religiosos a partir del momento, empezando por ubicar el lugar de entierro del padre Carlos, que será bajo la primera iglesia de Sabernal. Y con él se enterrará su diario personal y el códice indígena, tal como quería. A pesar de que la familia real lo ve como una blasfemia, suponen que quizás el códice tiene alguna maldición, que solo podrá ser resguardada junto al cuerpo del padre, y aceptan. También pide darle cristiana sepultura por igual a los nativos y extranjeros muertos en la guerra.

Posteriormente hace un resumen de lo que sucedió desde que partieron de la playa, la guerra indígena, el heroísmo del general Mazimiliano y el trato del sargento Miler, revelando que ha estado conspirando a favor del rey de España.

La reina le dice que el sargento fue encontrado herido y se encuentra reposando en una de las tiendas, y a pesar de que confían en su palabra, debido al cargo que posee el militar, tendrán que auditarlo en cuanto despierte. También concluyen, entre otros temas, levantar una estatua en agradecimiento al general, por terminar la guerra, y darle honores militares en la ceremonia de inhumación del padre, ya que su cuerpo no fue encontrado. Cristian le entregará una crónica hecha por él y el padre a la princesa, para que construya la historia del naciente reino.

Esa noche, el brigadier Corner está custodiando personalmente al sargento Miler, cuando escucha un ruido que lo alerta. Al salir de la tienda, sonríe ante una persona que está cubierta con una túnica y baja la antorcha, para solo ser iluminados por la luna llena, y empiezan a besarse apasionadamente.

- Son ciertas entonces… - dice Miler, que ha salido apoyado de una vara – son ciertas las leyendas… la leyenda de la ‘Loba de Inglaterra’… la prostituta que engaña a los nobles…

El brigadier se dirige a golpearlo, pero Miler lo detiene diciéndole que, si se atreve a tocarlo o si ella retrocede, hará un escándalo tan fuerte que los encontrarán juntos antes de que él pueda borrarse el maquillaje y la fragancia que le ha quedado.

La mujer se quita el hábito, revelando que se trata de la reina. Ella le dice que va a morir al día siguiente por traición real y Miler le responde que antes de morir gritará lo que vio, si no tienen en cuenta su credibilidad, al menos generará la duda, por lo que su reputación se verá manchada y su esposo no tendrá otra opción que apartar a su amante. Él le propone en cambio que lo lleven ahora mismo a la costa junto con veinte barriles llenos de oro, garantizándole que no dirá nada al rey de España, pero solo si lo lleva el brigadier en persona y desarmado.

La reina acepta y ordena a algunos esclavos que carguen una carreta mientras ella se va a dormir. Le dice que no dirá nada, todos supondrán que habrá escapado y que el brigadier habrá ido tras él. Para cuando traten de ir tras él espera que ya sea demasiado tarde.

En media hora, los barriles y dos carretas están listas. Cada carreta la conduce un esclavo, mientras una está cargada con el oro, en la otra va el brigadier con Miler, quien lo observa detenidamente, diciéndole que no trate de intentar nada, pues armó a los esclavos y lo matarán si trata de hacerle daño, o si mata a uno, lo matará el otro.

En el alba, el ruido de los pájaros despierta al brigadier, y ve a Miler todavía observándolo.
- He estado por este lugar antes, creo que su nombre es Socolso. Tengo buena memoria. También recuerdo los rumores. El del brigadier Corner, por ejemplo, que solo habla inglés… cuando le conviene, el que está en un bando y en el otro… que apropiado el destino al juntarte con la Loba de Inglaterra. Seguramente te matará cuando no le sirvas más.
- Estuve pensando en si matarte e irme con el oro o quedarme en esta mina eterna a costa de esa meretriz, y ocultar el botín en algún sitio del que solo yo tenga conocimiento. Al final puedo hacer las dos cosas.
- Eres como una serpiente venenosa. No me puedes matar…

Antes de que termine la frase, el brigadier estira el brazo rápidamente y sale disparada una daga. Miler la esquiva, pero pierde el equilibrio, y Corner se levanta y lo tumba con todo su peso, lanzándolo por el barranco. Los esclavos se apresuran a disparar cada uno una vez, pero no tienen puntería ni saben recargar las armas. Así el brigadier los apuñala y termina conduciendo la carreta él solo.
- Una serpiente es lo único que podrá matarme, gormless.

Miler rueda por el barranco y cae a un hueco, cayendo sobre una base peluda que gruñe al sentir su peso… un enorme oso de pelo claro.

El brigadier llega a una cueva, a una distancia razonable del campamento de la playa. Lleva allí los barriles de oro y los deja organizados. Abre uno para contemplar su tesoro, toca algunas piedras brillantes, pero luego nota algo raro: levanta la primera capa de piedras de oro, ocultando piedras comunes en el resto del barril. Enojado, destapa otro barril, encontrando una serpiente roja que inmediatamente salta y lo muerde en el cuello.

La luna llena también ha sorprendido a los amantes. El exgeneral ha vuelto a ser un hombre, y no pierden tiempo en conversaciones, solo en abrazos, solo en amor. Una costumbre que no abandonarían jamás, cada vez que Auril se encontraba en su plenilunio, porque él comprendió que su eternidad iba a ser solo un instante para ella.

“Más de cuatro pisos de alto tiene el palacio. Los ladrillos dejados fueron usados para construir nuestra ciudad Tívecre, que significa ‘hermoso’. El padre Carlos Dijuliao quiso antes de su muerte que entabláramos relaciones con los nativos, pero pocos hemos visto, ya sea porque huyen o los que están bajo la esclavitud no hablan con nosotros. Apenas unos han dicho palabra. Dicen que un gran lobo de plata los protege y que los hará libres algún día. Nuestros soldados, incursionan a diario al bosque a buscarlo, pero no lo encuentran. Hemos concluido que se trata de cuentos para hacerlos sentir mejor”, crónicas de la princesa Helena.

FIN

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