El lobo de plata - parte 12

El Taramara, dubitativo, dice que ha tomado una decisión. Quiere la tregua y sale a la azotea.
Ante la situación, Xua hace una mueca de desagrado, una mueca que Mazimiliano recuerda haber visto antes: la vio junto a Yarod y Gorod, junto a Zebas y Mistar Salxi, la primera vez que conoció Mistar Jazán.

“Tú eres el conspirador”, dice el general, mientras Xua, mirándolo directamente, saca un cuchillo bajo su capa de piel de oso y ataca sorpresivamente a Yarod en el pecho y lanza el arma ensangrentada a los pies del general. Los guardias alistan sus armas para evitar que alguien se acerque a Xua y Cristian se levanta asustado.

Mientras Yon ofrece un discurso pacífico, la tensión en la parte inferior entre los habitantes es creciente. Muchos le exigen la guerra, que dimita, que se vaya, que se quede, incluso algunos alistan piedras de manera amenazante, pues creen que hay complicidad con los extranjeros. Tras Yon sale Xua que lanza el cuerpo a la azotea.

- ¡Mirad lo que está sucediendo! Pedimos paz y ellos nos siguen matando. Si nuestro Taramara no puede controlar esta situación, debe irse para que su sucesor natural detenga esta sangrienta incursión.

Todos ovacionan a Xua y le llaman Taramara, mientras a Yon le lanzan piedras y flechas, hiriéndolo de gravedad. Al mismo tiempo, María, llorando, quiere atacarlo, pero los guardias la amenazan. Mazimiliano la defiende, mientras Julián, Gabriel y Fernando entran y sacan a Cristian y a la princesa.

Los soldados indígenas ven el cuerpo y ante la violencia del tumulto, empiezan a arremeter contra el ejército extranjero. Miler asegura que es el fin de la tregua y ordena atacar.

Antes de salir, Cristian les pide ayuda para sacar el cuerpo del padre Carlos para darle una cristiana sepultura. Julián cree que en cualquier momento explotará la pirámide y María no quiere separarse de nuevo del general Mazimiliano, quien no cree que el padre haya muerto, Cristian le dice que fue Miler.

La princesa le pide a Fernando y Gabriel que a partir de ahora sirvan a Cristian, que hagan lo que les ha pedido mientras ellos los esperarán en la entrada. El grupo se separa de nuevo: en la base de la pirámide, Julián esquiva algunos hombres, y toma una de las salidas. Mazimiliano y la princesa, sin ver por dónde salió, escapan por otra.

Rápidamente, el trío sube hasta la cima, envuelven el cuerpo y salen de allí, pero los demás no están, sino solo el desorden de la carnicería. Deciden continuar su camino hasta una montaña, en la que dejarán el cuerpo hasta que sea apropiado sepultarlo. Más tarde deciden acampar.

El sargento Miler ve a Mister Jazán y avanza a toda carrera para atacarlo, pero él lo detiene con la mirada. Le habla directamente sin abrir la boca y Miler lo escucha. “No puedo matarte, estás protegido por nuestro dios Macorí, porque a él le gusta lo que está pasando. Pero nuestra diosa Terani se siente asqueada. No morirás, porque buscarás la muerte y no la encontrarás”. La sensación es tan atemorizante que Miler prefiere retroceder.

El general encuentra el cadáver de un indígena y María le dice que ese no murió por ataque del enemigo, sino por la mordida de una serpiente, señalándola: una culebra roja, que se mete por los recovecos de las construcciones. Ella le dice que es el animal más mortífero que conoce, pues mata en cuanto muerde. El general le dice que quizás conoce peores animales, mientras piensa en Miler. Luego ve las ropas del indígena.

Trata de cambiarse de ropa para poder salir de ese desorden, subirse a un caballo y dejar a María en un lugar seguro, volver con los reyes y tratar de detener a Xua, pero justo cuando la princesa se sube al caballo, los indígenas creen que el extranjero está secuestrándola para matarla como lo hizo con Yarod, mientras que el otro equipo cree que el estar salvando la princesa es un acto de traición.

Los soldados extranjeros parece que rodean a la pareja para protegerlos de los nativos y los custodian hasta unos metros al norte de la enorme plaza, que está controlado por Miler. Precisamente, los soldados se detienen y apuntan sus espadas tanto a Mazimiliano como a María, y les piden que entreguen sus armas, lo cual terminan haciendo. A continuación, los hombres abren un camino por el que se acerca Miler, quien le dice al general que ha sido acusado de suma traición, así que él y la princesa morirán.

El general le implora que deje ir a la princesa y él con gusto morirá. El sargento lo mira con una sonrisa y de inmediato le pega a la mujer con la espada, diciendo que todo ha sido culpa de ella. Cuando está en el piso a punto de morir, Mazimiliano siente tanta ira que todo su cuerpo se cubre de vello, y la princesa le dice en su idioma que, si se transforma en lobo, no podrá volver a ser humano y se tranquiliza.

El sargento, que no vio lo que le pasó al general, observa sobre él un ave de plumas blancas en su cuerpo y negras en su cabeza, con un pico largo, siente un escalofrío y dice que mejor los separen a cada extremo de la ciudad y los amarren a cada uno en un árbol. A Mazimiliano deben arrastrarlo el doble de soldados que lo capturaron.

Julián, que había salido corriendo de la pirámide en busca de Vlixez, goza de cierta inmunidad, pues los nativos lo reconocen como el soldado que los liberó, mientras que los extranjeros creen que está de su lado. En el desconcierto, queda frente a Mistar Salxi, que carga una lanza corta de plata. Mistar Salxi lo pone detrás suyo para defenderlo con maestría de un ataque, con la lanza le quita la espada, pero el soldado saca un arcabuz y le dispara, dejando a Mistar Salxi tendido en el suelo.

Pronto se aparece Zántago frente al soldado y basta con mirarlo para que muera con la caída de un rayo. Inmediatamente llega Mistar Jazán, que toma a su compañero y lo abraza mientras llora. Julián lo reconoce, diciéndole que fue el hombre que maldijo al general. Mistar Jazán le dice, y Julián lo entiende, que lo maldecirá a él también si no se va. Julián traga saliva y se arrodilla frente a él. Le dice que Mistar Salxi dio su vida por él, así que quiere disponer su vida y estar a su servicio, aceptando la maldición si así lo merece.

- Mi fraternal compañía no ha muerto. Puedo ver a través de ti. Sé para qué quieres perder tu humanidad. Estoy de acuerdo. Mistar Salxi te protegió y ahora me debes tu vida, pero pasará mucho tiempo para que aprendas a estar con tu fraternal compañía. Esto será mío ahora – dijo Mistar Jazán introduciendo su mano en el cuerpo de Julián y sacando su hígado, que cabía en toda la mano y la cerró en su puño.
- Un extranjero jamás será discípulo del gran Lanine – intervino Zántago.
- ¡Calla, majadero! Tú debías protegerlo y has permitido que lo hieran.

A Mistar Jazán se le levanta su túnica, lo cubre a él y a Mistar Salxi por completo y desaparecen. Zántago, evidentemente malhumorado, le dice Julián que nunca vuelva a dirigirle la palabra ni la mirada y desaparece de la misma manera. Julián queda absorto, finalmente se da cuenta que tiene el puño extendido. Al abrirlo, hay un fríjol azul.

Estando amarrado, el general piensa que es momento de convertirse en lobo y trata de hacerlo, pero nada sucede. Empieza a pensar en su amada, en su familia, en sus amigos, en todo lo que ha pasado. Recuerda las palabras de Yeik y escucha su voz nuevamente. “Usa tu instinto animal”, sin embargo, no es su mente ni la voz de Yeik. Atrás de él, oculto entre los árboles, está Vlixez. “No pienses con rabia. No dejes que se contamine tu bir. No hay que preocuparse. Las almas nobles nunca perderán su humanidad”.

El general Mazimiliano nuevamente se concentra en sus palabras. Cierra los ojos y entre los gritos, ubica el lamento de María. Al abrirlos siente su aroma, rodeado de sangre y lodo, ubica el rastro por el que fue traído como una línea amarilla y ve en el mismo punto el camino por el que fue llevado la princesa. Mazimiliano se ha convertido en un lobo gigante y plateado, sus brazos han roto sus amarres y ahora son garras enormes. Empieza a correr en busca de la princesa, atropellando a todos los que se les cruza.

Los nativos lo ven como una señal de Macorí, pues el lobo era su acompañante. Miler ve al animal y trata de atacarlo, pero el lobo lo empuja de un zarpazo. Rompe la soga y libera a la princesa, que se sube rápidamente a su lomo.

- No sé qué clase de magia usan ustedes para controlar los animales, pero no pueden derrotarnos – dice el sargento – Somos más.

El lobo emite entonces un aullido ensordecedor y pronto lobos, osos y otros animales salvajes salen del bosque para empezar a atacar los soldados extranjeros. Miler ordena entonces atacar a la princesa y al lobo plateado, pero pronto le empiezan a pedir al sargento que ordene la retirada. Miler, ya desesperado, toma una de las flechas ardientes y la dirige hacia el corazón de ese lobo de plata.

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