El lobo de plata - parte 11

Mistar Yil le menciona al general Mazimiliano que él le ha abierto los ojos, así que ahora debe hacerle una confesión. Hay un plan de reestructuración que tenían antes de que los extranjeros llegaran: derrocar al taramara Yon e imponer a otro Mistar más popular para que retome el destino sagrado de Selseux. Brevemente le comenta que esperaban usar la venganza de Fer-Sho para que acabara con el taramara, y después él y otros más poderosos desaparecerían a Fer-Sho para imponer al nuevo líder.

Aún con la llegada de los forasteros, el plan debe continuar. Yon junto a su familia fueron encerrados en la pirámide para ejecutarlos. El general se asombra al escuchar lo que dice y ya comprende que su querida María estará también encerrada allí. Mistar Yil le da la razón y le recomienda aprovechar la confusión para marcharse a su casa al otro lado del mar con la princesa.

En el camino, se cruzan con una tropa de soldados indígenas, que se detienen al ver a los dos hombres. El general inmediatamente siente un corrientazo a través de su cuerpo, mucho más fuerte que los últimos, ve crecer sus garras, al mismo tiempo siente cómo controlarlo, y las retrae hasta tener sus manos de nuevo. Mistar Yil se baja de su caballo y se dirige hacia el grupo. Los soldados se separan y permiten que desde el centro del grupo salga una pareja. Se trata de Mistar Jazán y Mistar Salxi.

- Poderoso Mistar. El avance de tu ejército es sorprendente. Debo asumir que tus favores con el taramara Yon han terminado y te has unido a nuestro ideal.
- Babuino majadero. Su ideal no es de nuestra incumbencia. Hemos tratado directamente con el próximo taramara. Mis hombres sacarán a los hombres de Yon junto a los extranjeros – Mistar Jazán entonces observa directamente al general – y tú, sigues caminando sobre viejos territorios, sigues invocando fuerzas que jamás entenderás, sigues ignorando sagrados ritos.
- Él ha visto a Actolé. Yo también.
- Es cierto... lo veo en sus ojos. Los disfrutaré cuando me los trague.
- Entienda, poderoso mistar, que no vengo en son de guerra. Ya sé que no somos bienvenidos. Si no logro convencer a mi gente de regresar, nos estableceremos en tierras en las que no estén presentes ustedes.
- El gran Lanine ya lo ha decidido. Ustedes han traído plagas, enfermedades y muerte. Han traído el veneno que abrazará a Selseux como su amante y hará que el cielo tenga un soplo mortecino. El aire ya no traerá vida, cubrirá los valles y las montañas, los lagos y las corrientes de agua. Los animales y las plantas morirán uno tras otro, y los hombres y mujeres vagarán sin rumbo y envenenados.
- Es el tívecre – intervino Mistar Salxi.
- ¿Qué el tívecre? – preguntó Mazimiliano.
- Lo más horrible.
- Quizás la sangre de los extranjeros y sus cuerpos expuestos a su sacrificio aplaquen un poco la ira de Lanine. Quizás cambie nuestro nublo destino.

Zebas se acerca a la pareja, les dice que la guerra ha llegado a Anegatra y que Fer-Sho ha muerto. Mistar Jazán regresa a su caballo, mientras que Mistar Salxi le dice a Yil que se verán allá. Yil también se monta a su bestia, y nuevamente le recomienda al general marcharse en cuanto pueda, pues los hombres de Mistar Jazán tienen fama de horribles y sangrientas torturas. En cuanto logra ver la punta de la pirámide, el general trata de ir más rápido.

El taramara Yon ordena que Cristian sea ejecutado. Los soldados se dirigen hacia él, quien no opone resistencia, pero María le pide a su padre que detenga su orden. Cristian se levanta y todos ven que está cargando el códice. Entonces Yon cambia de actitud. Le pide a su hija que traduzca, diciéndole que tome asiento, que beba y coma. En el camino hacia el asiento, Cristian pasa junto al azotea, por el que puede ver la batalla entre nativos y extranjeros.

El paso de los caballos se detiene ante un desecho Miler, que avanza hacia la ciudad. Él voltea y regaña a los hombres, los cuestiona por tardarse bastante. Se sube con un jinete a quien le pregunta los detalles. Él le responde que hace parte del convoy británico, que vinieron de su base de Nueva Inglaterra y fueron enviados directamente a acompañarlo, mientras que el brigadier que los dirige está en el campamento de la costa con los nuevos reyes, a quienes escoltará personalmente hasta este lugar.

Julián no puede evitar tomar partido por alguno de los dos grupos, por lo que decide huir con Vlixez, cuando ve que Fernando y Gabriel se dirigen a una trampa puesta por su equipo. Finalmente se lanza a salvarlos, evitando que caigan en un foso lleno de varas, lo cual agradecen, pero deben continuar su camino a la entrada de la pirámide.

Él no entiende por qué quieren ir, ellos le hablan de manera desordenada, señalan el azotea y Fernando hace el sonido de una explosión, justo cuando empiezan los disparos de grandes rifles: el sargento Miler ha ingresado a Anegatra. Julián no comprende hasta que nombran a María varias veces, relaciona las cargas de pólvora puestas en la base, y los acompaña.

Con una diferencia de cinco minutos, el ejército de Mistar Jazán ingresa por el lado contrario de Anegatra. El general le pide que le permita un tiempo de tregua, lo cual es concedido por apenas unos minutos y se adelanta a la mitad de la plaza, solicitando a sus hombres que detengan el ataque, lo mismo pide Mistar Yil. En el camino se encuentra con el sargento Miler.

- General… pensé que había muerto a manos de estos salvajes.
- Sargento, es una orden: no ataque si no es defensivo. Los nativos también nos han dado tregua. Arreglaré esto directamente con su soberano.

Miler responde que no atacará entonces a menos que toquen a alguno de sus hombres, y Mazimiliano, desconfiado, continúa.

Julián, Fernando y Gabriel se acercan al salón, pero a la entrada son interceptados por Xua y sus dos favoritos: Yarod y Gorod. Los escoltas le dan el aviso sobre los explosivos y que deben salir pronto de allí, y Xua les dice que así debe ser, pero él mismo le dará el aviso a su padre, y les pide que no entren a la sala. Julián les pregunta qué ha dicho, y ellos se tapan la boca con la mano.

El general no se demora mucho en llegar a ese mismo lugar, pasa junto al trío sin darles mayor importancia, entra al salón y allí frente a todos le dice a Yon que debe huir, que está siendo víctima de un complot para acabar con su vida y con la de su familia.

El taramara les dice a todos que se tranquilicen, él está al tanto, sabe que se trata de Fer-Sho, que sus guardias ya han acabado con los traidores y que él ya está muerto, así que solo le queda proteger su reino del ataque extranjero. El general le dice que no esté tan seguro, porque al regresar reconoció a los hombres de Fer-Sho luchando hombro a hombro con los hombres de Mistar Yil y Ferédozit.

Los rumores empiezan entre el taramara y su compañía, y el general aprovecha para tomar un respiro, ve a la princesa y sonríe, y más allá ve a Cristian solo, con un rostro de tristeza que jamás se le borraría. Atrás ve a Julián, a Fernando y a Gabriel. Por último, ve a Xua. Lo recuerda como el hombre que dio el discurso la noche anterior, aunque sabe que lo ha visto antes.

- Padre, el extranjero tiene razón. Sal a la azotea y ordena la muerte de todos los que quieren acabar con Anegatra.
- ¡No! Gran Taramara Yon, debe ordenar una tregua transitoria, nos iremos de aquí en paz. Volveremos a la costa. Nuestros reyes deben conversar con ustedes y llegar a un acuerdo.

La princesa le dice al general que perfeccionó su lengua nativa en poco tiempo, mientras Cristian le pregunta que cómo hace para hablar en español y que los nativos le entiendan. Respondiendo a ambos, les dice que habla naturalmente, como justo ahora lo hace, y cada uno lo entiende de manera directa en su idioma.

El Taramara, dubitativo, dice que ha tomado una decisión. Quiere la tregua y sale a la azotea.

Comentarios