El lobo de plata - parte 10

Cristian se encuentra desorientado, cargando los libros y huyendo del caos. Entra a una habitación y se sienta en un rincón. Aún no cree lo que ha pasado. Un fuerte ruido lo asusta y deja caer los libros, y del diario cae una carta con su nombre. Él la lee.

“Carlos Dijuliao, siervo de Jesucristo por mandato de Dios nuestro Salvador a Cristian, mi queridísimo hijo en la fe. Queridísimo, estas palabras fueron escritas durante nuestro viaje y entregadas a ti en el momento de mi encuentro con el Santísimo Padre. Estas palabras es deber que solo las conozcas tú, porque siendo los únicos que tenemos la autoridad de nuestra Madre, debemos dar respuestas tanto a Su Majestad, el rey Felipe Tercero de España, como a Su Majestad, el rey Vértigo Monfort de Sabernal. He escrito estas respuestas durante nuestra travesía por esta nueva tierra y tú, queridísimo, serás el encargado de entregarla…”

Miler convoca a sus soldados y les dice que ha recibido información de que el ejército indígena se acerca y deben estar preparados. Para recibirlos, ordena que traiga las cabezas de los soldados indígenas que están encerrados en la pirámide y además que todos los indígenas que encuentren en las calles y en las casas los encierren también en ese lugar. Sin embargo, uno de ellos regresa y le dice que los capturados han desaparecido. Miler toma su espada y le pega al soldado con la parte plana.

“…Los selsuicas, como se hace llamar este pueblo orgulloso, tiene alrededor de quinientos años de historia. Y su nombre proviene de una deidad llamada Selseux, un hombre hecho de tierra y rocas que sobresale del agua y sobre la que viven ellos. Es una civilización que se originó de manera fragmentada en varias tribus esparcidas en esta fertil tierra, a pesar de aquellos, fue una sociedad nómada en sus inicios que se unificó luego de varias batallas y se terminaron por establecer a las orillas de las prósperas riveras.

Mi teoría que tú, queridísimo, debes comprobar, es que otros como nosotros vinieron antes, trayendo el mensaje de Dios en la punta de sus espadas, lo que los obligó a establecerse de manera sedentaria, llevando la agricultura y la ganadería con más altos estándares. Estoy seguro, que además de este beneficio, fue el obsequio del caballo, yo siendo hijo de un cuidador de estos mansos animales, puedo dar fe que son una herencia europea y los nativos no vieron como extraño la llegada de estos animales a nuestra llegada…”

Mistar Yil observa con curiosidad al general Mazimiliano. A medida que se acercan a un cordón boscoso, el extranjero se ha estado sobando su mano derecha. Yil menciona que si tiene algún problema no habrá ninguna solución. Él le responde que si su dios no puede ayudarlo, seguramente el suyo sí lo hará, sin caer en cuenta que entendió y habló en el idioma nativo, hasta que Mistar Yil se lo hace saber. De esa manera empiezan a conversar, suponiendo que el general ya ha aprendido el idioma. Mazimiliano lo cuestiona sobre por qué duda del poder de Jurica, creyendo que todos rendían culto sin ninguna diferencia.

“…La religión está presente en su vida diaria. Al igual que nosotros, esperan la muerte para el encuentro con su creador, a quien llaman Actolé. Sus creencias cuentan con varias deidades y sus ritos funerarios son acordes a su contexto. Su mitología es compleja, y el aporte a su cultura es maravillosamente rico. Se da su veneración en todas las aldeas no solo con aportes a sus templos, sino a través de la educación y el teatro, que muestra las reflexiones de los actos humanos y la censura de los vicios…”

Mistar Yil le dice al general que todo lo que ha escuchado son solo narraciones y solo ha visto lugares, pero no ha visto nada fuera de la normalidad. Dice que el sol sale todos los días y se oculta todas las tardes y a pesar de que, como a todos, le fue inculcado su obediencia ante Actolé, pero realmente no cree en ningún poder superior, sino solo en la fuerza del hombre.

Incluso, con un grupo de hombres y mujeres con los que se reunía, han llegado a pensar que sus dioses son representaciones de la imperfección humana y un ejemplo para no seguirlos, añadiendo que quienes iniciaron con aquellas narraciones realizaban catarsis para no cometer sus errores. Así, todas las cosas deben funcionar y deben suceder por un sistema lógico y no divino.

Además, desde que el Taramara Yon subió al poder hizo construir cientos de templos para su veneración y, por supuesto, recolección de ofrendas, siendo más una práctica financiera que religiosa. La cumbre de esa soberbia fue la construcción de la piramide sobre otra piramide que ya había sido construida hace mucho tiempo.

“…Al menos una piramide fue construida y, como muchas que he conocido en mis numerosos viajes, esconde cientos de misterios: ¿Es la tumba de alguno de sus líderes naturales? ¿Es un vehículo entre los terrenales y sus dioses? ¿Cómo fue construida y quién lo hizo?...”

El sargento Miler, enojado, se acerca a la construcción. Le informan que alguien los ha liberado y, además, se han robado las armas. No han podido encontrar a nadie porque está lleno de caminos que casi la convierten en un laberinto. Ordena entonces que empiecen a preparar el lugar. Los hombres descargan cajas de los caballos y empiezan a sacar explosivos, que van colocando alrededor de la piramide. Una de estas explota y todos se ponen alerta. De entre las paredes empiezan a salir los indigenas sorpresivamente a atacar a los soldados.

Mistar Yil le dice que han llegado a Jurica y, a pesar de sus creencias, no lo acompañará al lugar sagrado. Pero lo que ve el general es solo un bosque de palmas y la tierra que sube como una montaña a la que parece que le han cortado la cima. Él continúa el camino a pie y al llegar a lo más alto descubre que no solo parece que le han cortado la cima, sino todo el interior, que está reemplazado por una gran laguna circular, todo rodeado de palmas.

“…Los selsuicas tienen claramente estructurada su sociedad. En lo más alto se encuentra el Taramara, que ante los ojos del pueblo tiene un poder incuestionable, llegando al autoritarismo. Seguidos se encuentran los Mistar con poder religioso, satisfacen a sus dioses y son el medio entre ellos y los hombres. Aunque a mí me parece que a veces tienen más poder que el Taramara. Usan una especie de alucinógeno con base de opio que les permite una serie de sensaciones diversas, como euforia, relajación física, analgesia, sinestesia, diálogo interno, claridad de pensamiento, concentración y alucinaciones severas…”

Al acercarse al agua, todo tiene un aspecto más denso, el agua cristalina se turba a medida que se acerca. Mazimiliano se quita su ropa y ve su brazo derecho convertido en una pata de lobo. Entonces trata de tranquilizarse y piensa en todo lo que ha pasado, su viaje, su familia, las conversaciones recientes, María esperando por él. Una niebla con un olor conocido cubre el lugar y mientras ve que su brazo ha regresado a la normalidad, ingresa al agua. “Actolé…”, dice, pero nada sucede. De repente, siente que alguien lo abraza bajo el agua y lo absorbe.

“…Después están los Mistar con poder militar, encargados de brindar seguridad, una especie de autoridad militar. Detrás de ellos están los Mistar administrativos, que ejecutan tareas contables y son los funcionarios que viven dentro de la piramide. En la base de esta definida estructura están los comerciantes, artesanos y campesinos, que se entienden como iguales. Aparte, se pueden contar con los prisioneros, a cuyo cargo ponen las tareas más pesadas y peligrosas…”

Al abrir los ojos, el general no sabe en qué lugar está, si lo rodea el agua o el aire. Frente a él está una figura parecida a un hombre, mucho más grande. Su piel está cubierta por una especie de pelo o plumón de color negro y blanco, y usa una especie de casco con una pieza larga y estrecha.

Este ser lo primero que dice es que pronunció su nombre con un acento distinto, lo que le ha llamado la atención y asegura que no es de esa región. Mazimiliano le da la razón y le pregunta si es el dios Actolé, sintiéndose extrañamente relajado ante su presencia. Ésta le responde que no es un dios, sino que simplemente no es de esa tierra sino que vino de un lugar muy lejano. El general cree que viene tan lejos como él.
-No coincido. Puedes ver las estrellas de noche, de una de ellas provengo.

Mazimiliano pregunta por el lugar en el que se encuentra y la presencia le dice que está en lo que considera su hogar, pues ha estado allí desde hace mucho tiempo, en un letargo casi eterno. Le pregunta ahora que qué hace él ahí, y el general le dice que ha venido a curarse. Actolé le dice que no parece que esté enfermo.

-Estas aguas evitarán que termine como un lobo salvaje. Si es que estoy bajo ellas. He pasado por tanto que no sé qué está pasando. ¿Estoy hablando con un ser que bajó del cielo? ¿Has visto tú a Dios allá arriba? ¿Quién nos creó? ¿Fue Él o fue... vuestra... entidad?

La presencia le dice que está haciendo muchas preguntas, en una desesperada crisis existencial. Le insiste en que no es Dios, aunque puede hacer muchas cosas, no puede generar la vida. Le dice que “ustedes” ya estaban en ese lugar cuando llegó, solo les dio algunas cosas y después descansó. Al verlo tan desesperado, le menciona que de donde viene también les han dicho que fueron creados a imagen y semejanza de alguien más poderoso.

El general, ya no sabe qué creer, como le dijo Mistar Yil, todo su conocimiento fue inculcado, pero nunca tuvo una experiencia. Toda su familia ha creído en lo mismo toda la vida, y aún así le han pasado cosas tan graves que a veces duda, pero a veces otras cosas tan maravillosas. Actolé le dice que no hay que dudar sino tener fe, que doblegar el espíritu le hace a uno ser más fuerte, que si la está pasando mal, es porque seguramente viene algo mejor.

Mazimiliano ya está un poco más calmado, y la presencia le dice que hablar de su familia se la ha recordado, no está en este lugar y no la ve hace mucho tiempo. Los abandonó por “una tonta discusión”, pero ahora se da cuenta que los extraño bastante. Solo tiene que regresar. Mazimiliano ahora parece ofendido. Le dice que su familia murió y daría lo que fuera por verlos de nuevo, mientras que Actolé tiene el poder de regresar con ellos, o tal vez es que pasó tanto tiempo que ya no los encontrará.

Actolé le da la razón. Le dice que volverá a su casa y que es probable que regrese en algún momento. Agrega que para seres como él el tiempo es relativo: “la eternidad para algunos es un instante”. Finalmente le dice, como leyendo su mente que él también tiene la oportunidad de reconstruir su vida y crear una nueva familia. Le recuerda que María está en peligro, al igual que el resto de su gente y es momento de que les ayude, ya que no tiene ninguna necesidad de estar allí.

La presencia levanta sus brazos y estos se expanden como si fueran alas, y el casco da la impresión de ser el pico estilizado de un ave. Así sale volando directamente hacia el cielo. Al mismo tiempo, el general escucha varias aves trinando en las copas de las palmas que alborotadas vuelan en un numeroso grupo.

“…La agricultura y la ganaderia dieron origen a un sistema de calendario basado en la luna, de ahí que sus relatos indiquen que fue la idolatría de la luna quien les enseñó a medir el tiempo por orden de Actolé. Posteriormente surgió de aquello una escritura basada en jeroglíficos, de los que he logrado traducir dos mil quince. Estos pueden representar tanto letras, palabras e ideas…”

Miler alista su espada y empieza a defenderse cuando los indígenas salen por cantidades de la pirámide acabando con su enemigo, pronto ve a Julián de entre los atacantes. “¡Así que luchas contra los tuyos! ¡Escoria! ¡Te mataré primero en nombre de España!”. Miler empieza a atacarlo y Julián trata de defenderse, aunque le cuesta trabajo porque su contricante es un experto. Julián logra liberarse y corre hacia el bosque, subiendo por una ladera. Le dice en el camino que él es un salvaje y los prisioneros no merecen morir de esa manera, sino que tienen el derecho de defender su tierra.

Miler le responde que esa gente no cree en Dios, así que no tienen derechos y de la misma manera él tampoco los tiene ahora. Julián frena al llegar un abismo y Miler lo alcanza y lo desarma. Le dice que sabe que él liberó a los indígenas, que se ha dejado llevar por su brujería y sus rituales satánicos. Cuando va a darle el espadazo final, un oso lo atropella y lo tumba al abismo. “Gracias Eulyses”, le dice sin sorprenderse, y se monta sobre su lomo.

“…Esto no es blasfemia sino otras maneras de encontrar a Dios, y no hay que entregar a estos hombres, ni mujeres, ni niños a la prisión o a la muerte porque no son malos, sino que su pensamiento es diferente. Dios no nos ha creado para hacer daño a nuestro hermano, sea quien sea, piense como piense, haga lo que haga, sino para amarlo, así que quien hace daño en Su Santísimo nombre, pensando que lo hace por Él, no encontrará su gloria, sino su repudio.

¿Han estado ellos pecando realmente? ¿Para eso nos ha traído Dios a este lugar remoto? ¿Qué hubiera pasado con ellos si nuestro barco se hubiera hundido o nuestro rumbo hubiera terminado en un lugar distinto? ¿Simplemente vinimos a decirles a los selsuicas que su modo de vivir no está bien visto? ¿Qué hubiera sido si fueran ellos los que en barco hubieran llegado con espadas a Europa?...”

Mazimiliano se levanta, recostado a un borde de la laguna, se viste tan rápido como puede, mientras identifica el mismo olor del vapor en Casa Marrano. Queda con la duda si en verdad vio y escuchó o solo fueron efectos del alucinógeno. Regresa al lugar con Mistar Yil quien lo ve impresionado. Mazimiliano no sabe qué decirle, así que el Mistar habla primero.

-¿Lo has visto? ¿Viste a Actolé? ¡Se ha ido! ¡Existe! No volveré a dudar de su existencia.
-Ni yo vuelvo a dudar del mío.
-¿Ha funcionado lo que tenías que hacer aquí?

Mazimiliano cae en cuenta que entiende su idioma y se revisa rápidamente el brazo y todo su cuerpo. Sigue siendo él. Asiente y dice que deben ir a proteger a los selsuicas en Anegatra.

Julián y Eulyzes regresan al lugar de la batalla, observan que los indígenas están perdiendo, pero pronto llega la caballería: Fredozit y sus hombres empiezan con sus lanzas a ayudar a sus compañeros, mientras el Taramara Yon y la princesa entran custodiados a la pirámide. Gabriel se da cuenta y trata de alcanzarlos para advertirles sobre la pólvora.

“…Queridísimo Cristian, hay quien piensa que consumir el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal es un pecado mortal que nos aleja de Dios, en realidad nos abre los ojos y nos hace valorarlo aun más. Dios no nos creó solo para adorarlo, al igual que los selsuicas se refieren a Actolé, fuimos creados por Él para acompañarnos terrenalmente en la felicidad los unos con los otros. Amén”.

El Taramara Yon ingresa a lo que parece una sala de trono y desde allí se dirige al balcón abierto donde ve la batalla. Menciona algunas cosas a algunos de sus súbditos que toman nota y ve a Cristian ensimismado sentado en un rincón guardando la carta.

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