El lobo de plata - parte 8

Julián le menciona al general Mazimiliano que con todas las joyas que tiene sobre el cuerpo puede pagar todas sus deudas y comprar una pequeña casa con su taller, pero incluso ante ese optimismo parece triste. El general le pregunta si quiere regresar a España, él dice que tal vez no quiera y le devuelve la consulta.

Él observa a la princesa y le dice que está pensando igual, pues tiene algunas hijas en el viejo continente. Mientras se aleja para acercarse a ella, Julián piensa que si el general no le dice que es padre, nunca lo hubiera creído. Entre la multitud, ve a un hombre parecido al sargento Miler en dirección a la pirámide, pero lo ignora.

María ve a Mazimiliano y le dice que debe comer bien y descansar. Ha decidido irse a Casa Ratón solo con él, para que lo pueda ver Mistar Aryu, pero no quiere que su padre se entere. El lugar no queda muy apartado, así que al día siguiente podrán regresar a Anegatra sin ningún problema. El general está de acuerdo, pues a pesar de que sigue bajo el efecto de la extraña planta, ha sentido que sus músculos y huesos desean transformarse y siente que no le queda mucho tiempo.

La princesa le dice que observe la parte superior de la pirámide y verá una de las ventanas iluminadas. Esa es su habitación. Irá a cambiarse y regresará para montar los caballos e irse de una vez. Su padre se ha marchado hace un momento, suficiente para que no les noten que los siguen. Antes de separarse escuchan aplausos y ovaciones, un hombre grande ha salido a un balcón de la pirámide. Ella dice que es Xua, el primogénito y hermano mayor, y que seguramente dirá algo para subir el ánimo.

Los hombres y mujeres escuchan atentos el discurso y el general observa cómo algunos parecen asustarse y empiezan a marcharse. De repente, varias flechas de fuego son disparadas hacia la pirámide y una de ellas hiere el brazo de Xua, a quien ingresan de inmediato al interior de la estructura. Todo se vuelve caos y el general ve como una de las flechas ha incendiado la habitación de la princesa. El general tiembla, dice “¡no otra vez!” y nuevamente empieza a sentir que su parte animal surge, empezando por los vellos blancos en sus brazos. Justo en ese momento alguien lo agarra del brazo y lo guían a una parte oscura.

Fer-Sho ordena detener el ataque y dice que todos los seguidores del taramara Yon serán arrestados, así como Miler ha arrestado a algunos guerreros. Fer-Sho le dice al padre Carlos que luego de que se tomen la pirámide, él y Cristian serán llevados por seguridad a ese lugar, no podrán salir, pero no estarán arrestados como los que dejarán prisioneros en el primer nivel.

El general reconoce a la princesa y se alegra que no haya estado involucrada en el incendio. Ella le dice que escuchó el discurso, que Xua dijo que los extranjeros habían regresado y estaban aliados con los enemigos, que venían a atacarlos y que debían ocultarse y delatar a los extranjeros que ya estaban entre ellos. Luego regresó y fue cuando lo agarró del brazo para que no lo atraparan. No importa que no se haya cambiado de ropa, los caballos están listos y deben huir antes de que los vean. 

Mazimiliano menciona que confía en que Julián puede cuidarse bien, y que quizás el padre Carlos, Cristian, Miler y los demás estén capturados o vengan con los enemigos, a menos que no hayan sobrevivido de la caída de la cueva. No tiene mucho tiempo para pensarlo, se sube al caballo y sigue a la princesa.

Julián ve entre la turba al padre Carlos y se acerca a él. Está junto a Cristian y rodeado de soldados que lo escoltan a la pirámide.

- Me alegro que esté bien, padre – dice Julián – pensamos lo peor luego de la cueva.
- ¿Con quién estás? ¿El general y la princesa siguen con vida?
- Sí, señor. Pero no sé dónde están ahora. ¿Sabe qué está pasando?
- El sargento Miler ha ingresado con varios soldados a la pirámide y la han tomado – dijo Cristian – Nosotros estamos cautivos también.
- No se alarmen, no los dejaré. Buscaré al general para liberarlos y evitar la guerra.

Los eclesiásticos son guiados por varios pisos mientras ven que los demás indígenas son llevados amarrados de las manos a los pisos inferiores. Finalmente los dejan en una habitación en la que se encuentra un indígena cubierto de joyas bastante serio, quien observa por la ventana. En el idioma de los nativos, el padre le dice que no debería hacerse en ese lugar porque podría herirse.

- Este lugar es sagrado, no puede ser atacado.
- Sin embargo, le lanzaron flechas con fuego.
- Eres extranjero, ¿Cómo entiendes nuestra lengua?
- Tengo talento para aprenderlos. Nuestro Dios creó los idiomas una vez.
- ¿Eres uno de los guerreros de Fer-sho?
- Soy Carlos Dijuliao y soy sacerdote.
- Yo soy Astro y soy el tributador de impuestos.
- También haces parte del complot de Fer-sho.
- ¿Cómo lo sabes?
- No tienes miedo, no estás amarrado y sigues cubierto de joyas. Lo extraño es que tú estabas junto a Xua en su discurso.

El indígena le hace una mirada de aprobación y continúa viendo por la ventana.

María se detiene en una parte en la que el camino se divide en dos y aprovecha para preguntarle al general qué quiso decir con lo que mencionó justo antes de que lo agarrara por el brazo. Su grito de “otra vez no”. Él le dice que hace tiempo, mientras vivía en un lugar llamado el Valle de los Zarzales, hubo un grave incendio en su casa. 

Él estaba cazando y su esposa y sus tres pequeñas hijas estaban adentro. Trató de rescatar a su familia, pero solo pudo salvar a sus hijas y quedó afectado desde entonces con su respiración. Aunque pudo usar sus conexiones para que ellas fueran criadas y educadas por un pariente del rey, quedó con muchas deudas, por lo que emprendió el viaje para pagarlas. La princesa se enternece y le dice que lo llenará de riquezas para que resuelva sus problemas. Al terminar la promesa retoman el viaje.

Astro le dice al padre que le gusta su nombre y que si puede dárselo, aunque él es más pequeño. El sacerdote le responde que no hay problema, porque puede llamarlo Carlitos. Luego le pregunta por qué está con Fer-sho. Carlitos le dice que el país de Selseux nunca había sido tan rico y tan pobre al mismo tiempo. 

El asentamiento hace décadas permitió crecer al país, la explotación de minas nunca produjo tantas joyas para honrar a los dioses como ahora, pero las tribus más alejadas han sido abandonadas a su suerte, a algunas no les llegan los alimentos, sus cosechas son atacadas por animales feroces o por bandidos, y a veces terminan peleando tribus contra tribus. Por eso apoya la caída del Taramara Yon, quien demuestra su poder con el tesoro nacional en sus manos y su impresionante harém, que no se veía desde los tiempos del antiguo Taramara Cava.

Julián busca por todas partes al general y llega al primer nivel en el que se horroriza por la forma en que son maltratados los presos. Una mano toca su hombro y piensa que es él, pero se trata del sargento Miler, quién le pregunta si Mazimiliano y la princesa siguen vivos. Él responde que no sabe, porque despertó en el lomo de un oso que lo trajo a la ciudad. Miler lo abofetea acusándolo de mentir y le pregunta qué es lo que lleva en el cuello. Con su espada agarra una cadena de oro. “Estás de parte de estos blasfemos, idólatra”, dice el sargento y exige que lo desarmen y lo arresten. Será ejecutado por traición en la mañana.

La princesa le dice que no falta mucho para llegar y que a pesar de la oscuridad recuerda el camino con facilidad, pues viajó varias veces en compañía de sus hermanos o su padre. Inesperadamente una flecha incendiaria asusta los caballos y se detienen. El general cree que los hombres que atacaron la ciudad los siguieron y se hace frente a María al tiempo que siente que se acercan varios hombres de distintas direcciones. El fuego ilumina el rostro del hombre y María suspira tranquila. Ella lo saluda y él responde el saludo con nobleza.

- Es Fredozit. Son los guardias de Casa Ratón. Hemos llegado.

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