El lobo de plata - parte 5

Una enorme luna blanca estaba en el punto más alto del cielo en una oscura noche. Una manada de lobos recorría el bosque a gran velocidad y de pronto se detuvieron. El aire se puso pesado, la luna empezó a ocultarse tras las nubes y una macabra risa se escuchó en todas partes. Los lobos asustados se dispersaron en diferentes direcciones menos uno, que se quedó con las orejas hacia atrás y la cola entre las patas.

Era un lobo como los demás, pero lo distinguía su pelaje gris que brillaba a la breve luz de la luna como si fueran hebras de plata. Todo se oscureció y la sombra pareció tomar una espeluznante en forma, diciéndole qué iba a morir, mientras se dirige al interior de una cueva, al mismo tiempo que decenas de lobos aullaban.

El general Mazimiliano despertó y vio a la princesa cocinando. Ella le preguntó si había tenido otra pesadilla y él le dijo que era el mismo sueño que tenía desde que dejaron a Mistar Jazán. Incluso, que ahora veía al Mistar con la forma de Satanás. María le preguntó por él y el general brevemente mencionó la leyenda bíblica del ángel.

Poco después la princesa se acercó con el desayuno que había preparado con las raciones que recibieron por parte de Mistar Salxi, y le dijo que muchas veces las cosas que decía el padre Carlos y él le parecían contradictorias, como por ejemplo que un ángel se haya vuelto contra su Dios y que haya luchado con él. “Me han dicho que tu Dios está en todas partes, hasta debajo de las piedras, entonces no puede ese ángel ocultarse en ninguna parte, y si es así, por qué no ha sido derrotado, ¿o es que su Dios no es tan poderoso para hacerlo?”.

Ante la evidente incomodidad de la pregunta, el padre interviene, y le dice que hay muchas interpretaciones simbólicas. Le recuerda que ella le ha contado una historia similar y la princesa dice que la contará completa: se trata de Actolé. Hace mucho tiempo, después de construir el Arizal y antes de parir a Lausán, Actolé sintió satisfacción por toda su creación, por lo que decidió traer a sus hijos. El primer parto fue Tercomia y Auril, dos gemelas de belleza inigualable que iluminaban constantemente y no permitieron que regresara la oscuridad. Tercomia era enérgica, traviesa y alegre, mientras que Auril era serena, seria y tímida.

Se dice que Lanine solo usó una palabra para que Auril tuviera celos de la belleza de su hermana y trató de cortarle su cabello dorado. Actolé evitó el ataque a tiempo, pero en vez de expulsar a Auril o de que ella se revelará, simplemente decidió alejarse por vergüenza, apareciendo cuando Tercomia fuera a descansar. La vergüenza  hizo que su belleza y resplandor disminuyeran, permitiendo que la oscuridad regresara en su turno. Auril siempre está en busca de su hermana, razón por la cual se le ve de vez en cuando de día, pero no le gusta que la vean juntas, por lo que hace oscurecer y enceguecer durante sus encuentros.

Tercomia es la diosa del sol, también de la energía, el calor y la importancia. Auril, diosa de la luna, representa el frío y la responsabilidad. El nacimiento de los selsuicas bajo el sol o la luna marcaba sus características.

El sargento Miler, con un odioso comentario sobre el sabor de los alimentos, menciona que deben continuar y que si siguen comiendo terminarán engordando hasta explotar. El general cae en cuenta que los Mistar que han visto y sus asistentes son rollizos, excepto por Mister Salxi, la princesa y sus escoltas. Ella explica que la barriga es una señal de poder en los hombres, aunque algunos deciden no hacerlo, pero son muy pocos y por lo general son los que están relacionados con cuestiones militares.

Por eso sólo los Mistar y los hombres más poderosos la usan, nunca las mujeres ni los guerreros.
Cristian menciona que Miler, el único con torso prominente en el grupo, podría ser el más poderoso entre ellos y casi todos ríen menos el sargento. Cristian nota su falta y baja la cabeza temiendo lo peor. Miler observa al general y le dice que él no está muy lejos señalándole su barriga en crecimiento. Eso parece calmar los ánimos.

Al tercer día de la salida de Casa Marrano encuentran un hombre vestido con sólo una túnica que le cubre todo el cuerpo, excepto los ojos. El hombre parece una montaña. El sargento, que encabeza la caravana, ordena al extraño que se presente y a María que traduzca. A través de las palabras de la princesa, el hombre se presenta como Zantágo, un monje que va en dirección a Casa Marrano a dedicarse a Mistar Jazán y que viene caminando desde Anegatra hace cinco días. Ella agrega que el tiempo que se ha tardado ha tomado mucho menos tiempo de lo normal, que pueden ser hasta quince. El padre Carlos, practicando su lengua indígena, pregunta a Gabriel qué es ese lugar y le dice que es la principal ciudad de Selseux, desde donde dirigen todas las operaciones del reino.

El general le pide a María que indague un poco más, y ella hace un par de preguntas. Tras las respuestas de Zantágo, ella traduce que ha atravesado una cueva y que sus oraciones le han permitido moverse más rápido. Miler, ansioso por llegar al nombrado lugar, ordena que ellos también atravesarán la cueva y el monje deberá guiarlo. La princesa cree que no es buena idea y siente una sospecha, pero eso no evita que Miler saque la espada y obligue al monje a que haga lo que pide. Zantágo pestañea lentamente y regresa por donde vino.

Al atardecer aparecen los valles rocosos y entre la espesura de hierba se deja ver la entrada de una cueva. Los soldados preparan las antorchas y se la entregan al general y al sargento con rapidez, ya que a pesar de la lentitud del monje, no se detiene. El general, que presiente que ya ha visto ese paisaje, ordena al padre Carlos, a Cristian, a María y sus lacayos que se queden con la mitad de los soldados, pues primero quiere que adentro sea un lugar seguro.

La princesa le dice a Mazimiliano que no lo dejará, con la excusa de que ella es la única que puede comunicarse con el monje. Él no está seguro, pero sabe que la princesa no retrocederá. María ordena a sus escoltas que cuiden al padre y a Cristian, y los guíen con los demás con su padre por el camino de siempre. Luego, ambos ingresan a la cueva, a la que ya han entrado algunos soldados, el sargento y el monje.

Adentro, Julián le alcanza su antorcha y le dice que los va a respaldar. La puerta de la entrada ya no se ve. El general le pregunta a María porqué tiene ese mal presentimiento y ella cree que es un monje de Lanine y nunca es buena idea enfrentarlos. Preciso en ese momento, el monje, que va bastante adelantado, se detiene y observa a la princesa, como si lo hubiera escuchado.

Afuera, el padre Carlos y Cristian encuentran unos grabados cerca de la entrada de la cueva. Algunos los entiende el padre, pero otros no. Alcanza a comprender que están en un lugar ritual, llamado Socolso. Con la mano llama a Fernando y le pregunta por el significado de esos escritos. Fernando responde y Cristian le cuestiona si ha entendido, ya que ha hecho una cara de asombro. “Dice que es la cueva del oso. Creo que están en peligro”.

Miler le grita al monje porqué se ha detenido. Él dice suavemente unas palabras y el sargento mira a la princesa para que explique. “Ha dicho: hasta aquí llego”. El suelo empieza a moverse, el sargento con rabia tira de la manta del monje, pero queda con un trapo en la mano, pues parece que no cubría nada. El piso se abre, el techo se cae.

Afuera, la entrada se cierra. Los soldados y los lacayos tratan de quitar las piedras, pero es inútil. El padre cree que lo mejor será hacer una misa por las difuntas almas y continuar hacia la ciudad en cuanto amanezca.

El general despierta en total oscuridad, pero frente a él se enciende una llama. Basta para ver que está en un pequeño espacio, y una corriente de aire se ve en la parte superior. Entiende que con su peso y tamaño, no podrá pasar por ahí. Cae en cuenta de la llama y va por ella. De pronto, nota que la llama está frente a un enorme oso que está sentado vigilándolo. Tras el susto inicial, Mazimiliano no cuenta ni con su arma ni con espacio, por lo que solo puede sentarse a esperar su muerte.

Luego, escucha una voz serena, que parece venir del oso, pero que escucha en su mente, una voz que le pregunta si desea salvarla y él responde que sí, que quiere salvarla y protegerla, pero no puede salir de ese lugar. La voz le indica que está reprimiendo su destino, y que aceptarlo puede salvarlo a él y a ella. El general dice que hará lo que sea, y estira sus manos a la llama. Pero sus manos ya no están, han sido reemplazadas por garras, su cuerpo ahora está transformado, ahora, para su desconcierto, es un lobo de plata.

Comentarios