El cuerpo de San Martín - parte 12 (final)

La detective sale de la casa de Luis Aldemarino justo cuando Mélani viene en sentido contrario. “Llegas justo a tiempo”, dice, mientras abre la puerta del coche y le hace una señal para entrar. Ella le pregunta si alguna vez vio a su maestra beber licor. Mélani le dice que no, que siempre escuchó que lo evitaba. “Supe que tuvo un accidente en su juventud, y tenía que tomar dos antibióticos diarios de por vida. Ella decía que si los dejaba de consumir por varios días era muy peligroso”.

Pamela entonces menciona que seguro lo hacía en secreto, suspendía los medicamentos por unos días, bebía, y luego volvía a consumirlos. Mélani  recuerda de repente que hubo un tiempo que ella no salió de su estudio, la escuchó triste detrás de la puerta, e incluso Luis Aldemar pasó a su lado y le dijo que la dejara descansar, que muy rara vez ella se deprimía, pero luego se le pasaba, y así era.

La detective finalmente le explica que quiere capturar a Máximo, de quien sospecha por la muerte de la señorita Rúa, pero sabe que no puede entrar por la puerta principal, así que espera que ella tenga una idea para que pueda ayudarla.

- Bueno, siendo así las cosas, hay un fuerte indicio histórico de un antiguo túnel de servicio que sale a alguna sala del ala B del palacio. Funcionaba como una salida de emergencia durante la guerra, pero actualmente es solo un rumor.
- ¿En dónde podría estar?
- Se supone que por la avenida Tibirés, a 1.500 metros del puente de San Martín hacia el sur. Creo que tengo algo entre mis cosas.

Pamela se comunica a través del radio con el Capitán Saverino, advirtiéndole del plan, y él le avisa que ya tiene la orden de allanamiento.

En minutos, varios autos civiles empiezan a detenerse a un lado de la avenida, y de allí sale una docena de policías. La detective usa unos binoculares y observa a su lado la colina de Bur, bastante empinada, y bien arriba la muralla exterior que cerca el Alcázar.
- Bueno, por lo menos no es lesa majestad.

Mélani saca un libro de notas y busca entre las páginas desordenadas lo que necesita, lee varias señales como una roca protuberante, un árbol torcido y una vieja caseta abandonada. Cerca de ella encuentran unos túneles de aguas negras sellados con rejas: tres están funcionando, pero una está seca. Mélani señala muy segura diciendo que esa es la entrada secreta. El Capitán no pierde el tiempo y junto a los hombres quitan el seguro y abren las rejas con enormes tenazas.

- Espero que sea la entrada correcta – dice Pamela – No quiero meterme en problemas.
- Son las notas de investigación de la señorita Rúa. Confío en ella – dice Mélani.

Quince minutos después, tras caminar como ratones en un laberinto oscuro, llegan a una galería en la que solo hay una puerta metálica, con un candado. Al igual que antes, usan las tenazas para abrir la puerta. Adentro hay un pequeño armario, con mesas, sillas y decoraciones casuales, y otra puerta de interior. Al abrirla, salen a un pasillo con grandes cuadros.

- Esta es el ala B – dice Mélani emocionada – allí queda el Salón de Bronce… y allí la Sala Ámbar… No está permitido a turistas ni a funcionarios…
- ¿Dónde quedan los apartamentos ministeriales? – preguntó el Capitán.
- Sí… me ubicaré. Deben estar justo sobre nosotros, debe haber una escalera hacia ese lado.

A pesar de la prisa, Pamela pide que no corran sino que caminen rápido para no levantar sospechas, sin embargo, ninguna persona se ve por ese lado, excepto una mucama que se detiene frente a ella, quien la mira cansada, le desea un feliz día cortésmente y continúa su camino. Al llegar al segundo piso, observan más movimiento de personal administrativo que va de oficina en oficina y tampoco se detienen ante ellos.

Según el capitán, la oficina-residencia del vice ministro Máximo es el 1006, una de las pocas que están cerradas. Es una mujer que viendo que no pueden abrir la puerta, simplemente usa una de sus llaves para que ingresen, tampoco sin pedir ninguna explicación.

- Ahora, necesito de su atención – dice Pamela – busquen todo lo que sea sospechoso, necesito un inventario de todo lo que hay en este lugar en menos de tres minutos.

Pamela se dirige al escritorio y allí encuentra algunas cartas escritas por él, unos libros de historia y unas órdenes sin firmar para la impresión y distribución de dos millones de esos libros. Ella toma una de las cartas y la orden de impresión y las intercambia con el capitán Saverino, quien le entrega algunos inventarios.

- ¿Por qué crees que no lo ha firmado? – pregunta él, mientras ella lee las listas.
- ¿Me están cargando? ¡No puedo ir al shopping a relajarme porque se mete la policía en mi laburo!
- ¡Máximo Navín! – dice el Capitán – está arrestado por ser sospechoso de la muerte de la señorita Rúalexli Verástegui.
- Sos un boludo Saverino. Soy amigo del director de la policía.
- No podrá hacer nada cuando esté en prisión, vice ministro – dice Pamela – dígame, ¿Cuál es su licor favorito?
- El fernet.
- ¿Y por qué razón hay una caja de media docena de botellas de vino rosado pero con solo dos botellas?
- Se me da la gana de beber lo que quiera.
- ¿Y su salud? ¿Cómo está? ¿Todo bien para beber cuando quiera?
- Puedo beber junto al rey. Soy del ministerio.
- ¿Entonces por qué tiene antibióticos en su botiquín? ¿No sabe que es peligroso mezclarlos?
- ¿Eso que tiene que ver con Rúa? Ni la conocía.
- Le diré qué sucede vice ministro. En primer lugar, usted conocía a la señorita Rúa de hace tiempo, varios testigos los habrán visto conversar bastante en el bodegón, sospecho que se habrán vuelto amigos, sospecho que sabría cuál era su licor favorito: vino rosado, que seguramente le envió varias veces a casa, pero que ella solo bebía cuando estaba atribulada, y sospecho que posiblemente ella había revelado su condición de no mezclar antibióticos con licor, pero también sospecho que usted se enamoró de ella. Segundo, vice ministro, usted obviamente sabía que ella quería publicar ese libro de historia junto a Dajat, perjudicial para usted, y aunque estaba seguro que no podría hacerlo a través del Ministerio, se dio a la tarea de evitarlo. Tercero, de alguna manera usted la constriñó contra su esposo y el puesto de la rectoría de la Universidad Real, lo que la llevó a atribularse y beber el alcohol, sabiendo que ella ya había consumido los antibióticos. En el bodegón no venden este licor, lo noté cuando estuve allí, no lo vi, pero seguro que Vanesa, la dueña, puede corroborarlo.
- Bonita historia, pero nada lo prueba, solo son coincidencias.
- Al igual que su letra, coincide perfectamente con las cartas que le enviaba a Rúa, al punto de llegar al acoso – Pamela sacó del bolsillo una bolsa transparente con un papel pegado con cinta, como un rompecabezas – “Mi querida paloma Rú, tu esposo es un pelotudo, no te valora, sus viejos no son argentinos, mi abuelo en cambio fue amigo del gran Gardel, vamos a bailar tango al bodegón del Cacho San Martín en la noche de la fiesta de la Virgen de Luján, no quiero que te arresten por traición a la patria, ni tú tampoco quieres que lo dejen sin la rectoría”, firma ‘Maxi’… Máximo Navín. Déjeme decirle que no le iba a servir de nada. Rúa amaba la historia, pero amaba más a su esposo, tomó una fatal decisión basándose en la reputación de su esposo, a quien a final de cuentas, la reputación no le interesaba.
- Fue un accidente… pensé que ese día no había tomado medicamentos, ya lo había hecho antes sin problemas. Me decía que su esposo no le demostraba amor, en cambio a mí… como dice ese tango que la describe a la perfección… parece una atorranta cuando canta, parece que se deja y no se deja, te da la sensación cuando camina que en vez de una, llegan dos minas, parece medio loca y te provoca, parece que ya nada la sorprende, parece saber todo de la vida, parece, pero no es lo que parece. Es una gata herida.
- A mí no me dé explicaciones, se las tendrá que dar al juez y al fiscal que ya sabrán toda mi declaración y todas las pruebas que recolectamos aquí.

Los policías realizan la captura y se llevan esposado al vice ministro, que sale con la cabeza en alto y cantando en voz baja mientras los archivistas, las secretarias, los asistentes, los auxiliares y algunos ministros se detienen por un segundo a ver tan inesperado espectáculo.

Pamela termina de organizar las pruebas y empacarlas. “Él no podía firmar”, dice ella al capitán, mientras salen de la oficina, pero él no sabe de qué habla.

- Me preguntaste por qué el vice ministro no había firmado la orden. Es porque Luis Aldemarino ya lo había hecho. Apuesto que Navín estaba tratando de echar todo para atrás, pero estos procedimientos son famosos porque son difíciles de reversar. Temo que al Ministerio de Educación no le quedará otra vía que distribuir los libros que Rúa y Dajat modificaron. Tal vez esa era la muestra de amor que ella tanto quería ver.
- Sabés que si distribuyen este libro, en algún lado empezarán los cambios, en algún momento la corte tendrá problemas, como dijo Dajat.
- Tal vez sea el momento de hacer cambios. Lo he pensado, tomaré el examen para capitán de policía.
- ¡Me parece genial! Seremos compañeros, como en los viejos tiempos.
- También pediré el distrito más alejado de Bonayre, quizás en otra ciudad.

Ambos ríen y el capitán abraza a Pamela, pidiéndole que por favor, nunca cambie su forma de pensar.

FIN

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