El cuerpo de San Martín - parte 11

Pamela llega a la comisaria y se encuentra con que Leandro la ha estado buscando. Le comenta que un hombre la ha estado esperando y se encuentra en la oficina del capitán. Junto con él se dirigen al lugar y antes de entrar lo reconoce inmediatamente: se trata de Prudencio, el peluquero.

- He estado buscándola. Tengo información que puede serle útil.
- Diga de una vez.

Prudencio le dice que recuerda a su madre, que ella fue amiga suya y nunca creyó en lo que dijeron, así que la ayudó enviándola con su hermana en la ciudad, quien había perdido el acento ya que se había criado allí desde muy joven. Más tarde sus pensamientos se hicieron reales al enterarse que la amante de su padre era una mujer que manipulaba a los hombres y los controlaba para quedarse con su dinero.

Después la culparon de brujería y, aunque le ordenaron que se fuera del barrio, encontraron su cuerpo calcinado amarrado en un tronco junto al cañón “todo se había quemado, excepto su cabeza, que tenía una sonrisa diabólica”. Finalmente, la suerte de su padre fue que había entrado en una fuerte depresión por perder a su esposa y a su hija, ya que nunca supo dónde se encontraban, así que optó por el suicidio. Su cuerpo fue cremado en un bodegón.

- Pero bueno – interrumpe el capitán sin observar a Pamela – Esa información no nos sirve de nada en nuestro caso.
- Así es – dijo ella, saliendo de un leve estado de conmoción – No es como si supiera algo del viceministro Navin.
- ¡Ah! ¡Claro! En Bonayre todos conocemos al viceministro, desde pibe, cuando el rey pasó una vez y le dio la mano en una visita. Maxi es un visitante asiduo del bodegón.
- ¿Quiere decir que aún siendo viceministro ha ido a ese sitio?
- Sí, claro, che. Él no se hacía reconocer mucho, pero iba a tomar con los ancianos.
- ¿Se reunió alguna vez con Rúa?
- Naturalmente, los vi varias veces conversando, desde hace mucho tiempo. No sé si eran amigos, Maxi era muy cercano a ella y al conde Aldemar. Creo que es conde, ¿no?

La detective no respondió nada y se sentó frente al escritorio a leer sus notas. Fue el Capitán quien le agradeció por la visita y su ayuda, diciéndole que ha ayudado más a Pamela de lo que cree, y más en el caso de lo que esperaba. Luego cerró la puerta.

- Supongo que ya sabes qué sucede.
- Así es. Supongo que ya sabes a dónde iremos ahora.
- Al Alcázar, a su oficina-residencia. Pero Pame, con todas esas asonadas que han sucedido últimamente contra la realeza, y con los alborotos durante las visitas guiadas, será un ingreso complicado, y Máximo sabrá que estaremos detrás de él. Si lo que sospechas es real, y te creo, en cuanto él lo sepa no permitirá nuestro paso jamás. Tendremos que ir con una orden y varios policías para hacer un allanamiento de una vez. No se puede escapar, pero no habrá manera de ingresar por la puerta principal.
- Tienes razón. ¿Tienes los datos de contacto de los residentes de esta área, no? – dijo, al parecer cambiando de tema.
- Así es, ¿alguno en particular? ¿Se trata de tu madre?
- No. Quiero ubicar a esta señorita, se me escapa el nombre. Pilar… Mélani del Pilar, la guía turística. Por ahora solicitaré la orden de allanamiento, tengo una amiga en la fiscalía. En cuanto la encuentres, dile que nos reuniremos en la casa de Luis Aldemarino.

Pamela llegó rápidamente a la enorme casa y corrió hacia la puerta. Golpeó la puerta y abrió la vieja empleada. La detective inmediatamente le dijo que no llamara a su patrón, porque la necesitaba a ella. Le preguntó si alguna vez notó alguna reacción extraña de la señorita Rúa, tal vez hablando por teléfono o al recibir la correspondencia. La mujer reaccionó y dijo muy suavemente que la señorita leía sus cartas en su estudio privado y tal vez guardaba las cartas, pues nunca las veía en la basura.
- Tendré suerte si encuentro una. Llévame a ese lugar, las buscaré yo misma.

Pamela ingresó a la habitación en el segundo piso y detrás de ella la empleada cerró la puerta. Buscó entre las pilas de libros abiertos y cerrados, anotaciones de todo tipo, tres botellas de vino rosado, una vacía y con señales de estar ahí hace tiempo, hasta que pronto se exasperó y se sentó en un sillón. De pronto pone su vista hacia la ventana, en donde el gato negro la observa fijamente.
- Maldito gato, me vas a matar de un susto.

Sin embargo, Pamela ve algo extraño en la mirada del gato, que se va por la ventana. Ella se asoma pensando que se ha caído, pero la ventana da un pequeño balcón en el que se ve la entrada principal, un estrecho lugar lleno de materas con flores, y un cojín para gato en el rincón. Justamente, el gato negro está allí, arañando y presionando el cojín como cuando una persona se sienta en un sofá incómodo.

Luego de que el gato se sube a la cornisa, ella se acerca y con la punta del pie mueve el cojín, pensando que debajo habrá algo, pero no. “Qué tontería”, dice ella. Suelta el cojín, haciendo un ruido extraño. De inmediato olvida su asqueamiento, abre el cierre y revisa lo que hay adentro.
- Jum. Parece y no es lo que parece – dice mientras sonríe.

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