Los guayules

Ezan despertó ese día con un propósito: quería visitar la Tierra. Nadie sabía a ciencia cierta cuánto tiempo había pasado desde que 815 personas abandonaron el planeta azul con destino al planeta rojo. Tal vez mil años. La tecnología permitió a los científicos oxigenar a Marte, aunque aún había lugares en los que no se podía respirar muy bien. El descubrimiento de agua subterránea permitió a los colonos expandirse en menos de un siglo por todo el territorio, repartiendo y vendiendo terrenos fértiles y vírgenes como si fueran una panacea.

Como sus ancestros, Ezan se dedicaba a la agricultura. Criaba guayules, una especie de gallinas que habían evolucionado hasta ser más grandes y con un vuelo un poco más alto, que se posaban sobre las ramas de los frondosos árboles que se habían adaptado a la naturaleza marciana. Cuando tenía un mal día, le bastaba acariciarlos y escuchar su graznido agradecido después de alimentarlos para sentirse mejor.

El objetivo de Ezan se dio por casualidad: un día uno de los aparatos más viejos de su casa inteligente dejó de funcionar. Lo que se hacía en estos casos era desechar el aparato y adquirir uno nuevo a través de una impresora 3D. Pero Ezan lo había heredado de su abuelo y le tenía especial cariño, así que un robot evaluó el aparato y le comentó que el daño se debía a una sola pieza que se había descompuesto y que fue descontinuada por la empresa, pues la última de su serie fue producida en una fábrica en la Tierra.

¿Qué había allá? Hacía mucho no escuchaba de ella. Cientos de historias se habían formado alrededor de esta. Sabía que cada año, en una época en que los planetas estaban más cerca, salía una enorme nave con destino a ese lugar, en un viaje de cien días, una ruta industrial cuyo fin era regresar con minerales, y ningún habitante tenía alguna razón o le interesaba visitar el antiguo planeta azul. Viajar a ese sitio era visto casi como un castigo.

Podría ir de visita. A través de un amigo, encontró la manera de viajar: lo haría en la enorme nave Ares y para ingresar a esta debía emplearse en beneficio de los demás trabajadores. Así, Ezan dejó en alquiler su casa y su criadero de guayules, despidiéndose con amor de cada animal. Solo lo emocionaba su nueva aventura.

¿Qué era la Tierra? Oficialmente era una piedra fría, muerta y deshabitada que vagaba en el espacio. En la escuela le habían dicho que se tenía la esperanza de volverla nuevamente habitable, pero era una idea vacía que no prosperaba en ninguna generación.

Tras ver una infografía histórica en la red, se interesó por ver el cielo azul cuando sólo lo conocía anaranjado, se preguntó cómo sería el mar, pues en Marte no había cuerpos de agua, salvo piscinas y lagos artificiales. Incluso, indagó sobre cómo sería caminar en la Tierra, porque allá pesaría más que en su casa.

Planteó por casualidad su intención en el club de lectura de su abuela y ella le dijo que ese planeta fue abandonado porque el aire y el agua fueron contaminados hasta ser inhabitable; otro le dio algo de razón, pero mencionó que fue la consecuencia de una guerra nuclear que además hizo que los animales domésticos se volvieran enormes y salvajes. Uno más estuvo en desacuerdo y dijo que eran conspiraciones, que la Tierra siguió su curso normal, pero estaba sobrepoblado. Alguien agregó que en realidad lo que sucedió fue que un grupo de intelectuales abandonó ese lugar luego de verlo decaer en el pecado incorregible y posteriormente cortó toda comunicación con ellos. El último simplemente comentó que llegaron allí solo por el afán del hombre por conquistar todo el universo conocido.

El día de la partida llegó y Ezan estaba listo en el puerto espacial. No era un grupo muy grande, pero fueron divididos en tres: utilitarios, defensa y administrativos. Él era parte de los utilitarios, mientras los de defensa se encargaban de escoltar la nave, supuestamente por la presencia de piratas y monstruos espaciales, pero según el gobierno, su trabajo era evitar algún choque de meteoritos. Finalmente, los administrativos solo realizaban planeaciones.

Al conversar con sus compañeros utilitarios tuvo la impresión de que eran parias o exconvictos, personas con las que la sociedad no quería tener contacto. Supuso que ya habrían conocido el planeta azul, pero se sorprendió al saber que no era así.

Le comentaron que usualmente la nave estaba cubierta, así que no veían el espacio. Al llegar a la Tierra se aparcaba en un enorme hangar y luego el techo se cerraba, por lo que tampoco conocían el cielo. Por último, salían a recoger la producción de los robots mineros y meter algunos datos en las máquinas, y la única razón de no salir del hangar era un aviso que prevenía de peligros desconocidos. Una vez más, los empleados estaban desinteresados por saber qué había afuera, pues todas las comodidades y seguridades, así fueran mínimas, estaban dentro de la nave.

Aunque disminuyó un poco su deseo de seguir, recordó sus queridas aves y su propósito singular, pensando que no había nada de malo en lo que estaba haciendo. De todos modos, ya no podía dar marcha atrás. Tras ser ingresados al Ares, las puertas se sellaron y Ezan fue dirigido a un pequeño corral junto a la cocina donde escuchó graznidos familiares. Allí se enteró de su nuevo empleo: para alimentar a los trabajadores durante el viaje de ida y regreso, sería el encargado de sacrificar guayules.



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