Entrevista al sobreviviente - ejercicio en clase

Yinela se encontraba regresando de su trabajo desde un municipio de tierra caliente hacia la fría ciudad capital en un enorme bus. Dedicada a las labores del turismo, observaba con detalle todo lo que sucedía a su alrededor, para sacarle provecho de alguna manera. Pronto notó que junto a ella, el hombre que se había sentado, no estaba tan sano como aparentaba: llevaba muletas, tenía rasguños en el cuello y algunos moretones.

Cruzó un par de preguntas y luego terminó entrevistándolo. Le aseguró que la muerte huía de él. Todo empezó cuando junto a sus amigos y su hermana, salieron a caminar por una montaña del municipio, que aunque no estaba en las guías turísticas, era un plan conocido para desestresarse y conectarse con la naturaleza.

Estaban en un punto alto y todo sucedió muy rápido: el hombre cayó por un abismo al borde del camino. Vio los rostros de su grupo y luego despertó en la cama del hospital. De acuerdo a su hermana, ella trató de agarrarlo cuando cayó, por eso tenía los rasguños en el cuello. Ella sospechaba que su mejor amigo lo había empujado. Él, por su parte, le dijo que cuando perdió el equilibrio, lo sostuvo de su brazo, pero se resbaló por la cantidad de humectante solar y el sudor que llevaba.

Le comentaron que duró desaparecido dos días, durante los cuales hubo angustia y temor. Inicialmente pidieron ayuda, pero no tenían señal, así que trataron de buscar por ellos mismos, pero el hueco era muy oscuro. Algunos bajaron al pueblo por ayuda antes de que oscureciera, sin embargo, no podían subir carros de emergencias a ese punto. Solo un carro pequeño, un escolta de una tractomula, subió hasta el punto más cercano.

Era un carro con una larga cuerda que a veces usan las tractomulas, amarrada a una polea gigante. Un socorrista ingresó al hueco con la cuerda, bajó y bajó, la larga cuerda de más de 500 metros casi se acaba, pero pronto se dio la señal para activar la polea de regreso, y el socorrista salió con un cuerpo. Fue calificado como un milagro, porque seguía vivo.

Estuvo inconsciente unos días, pero despertó y se empezó a recuperar. Los doctores estaban sorprendidos, porque no tenía huesos rotos ni músculos desgarrados, solo unos golpes que Yinela misma le vio en el cuerpo. Ahora regresaba a Bogotá a terminar de recuperarse, aunque su hermana y su mejor amigo no se volvieron a hablar.

Yinela le dijo que seguramente esa era su experiencia más cercana a la muerte, pero él le dijo que no: el bus en el que iban a partir había salido sin ellos, así que debían pasar una noche más en el municipio antes de irse. Se quedaron en el hotel más cercano, que tenía unas habitaciones bastante pequeñas. Su hermana no quería dejarlo solo, por lo que un huésped le propuso cambiar su habitación con cama doble, aunque el ventilador del techo no funcionaba. Ella aceptó porque cargaba un ventilador portátil.

Al día siguiente fue despertado por unos gritos: la camarera del hotel ingresó a la habitación del huésped que les hizo el cambio y encontró la cama llena de sangre: el ventilador a toda velocidad cayó del techo sobre el hombre dormido, despedazándole el rostro y el estómago.

En ese punto, Yinela pensó que el hombre era un poco sádico, y continuó mirando a través de la ventana. Se sorprendió cuando vio un bus accidentado contra la montaña. Desde adelante, los pasajeros decían que era el bus que había salido el día anterior. Yinela vio a su acompañante sonriendo mientras cerraba los ojos y se colocaba unos audífonos. A ella le faltaban solo siete horas de viaje.


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