Bicicleta - Ejercicio en clase

Aprendí tarde a montar bicicleta, como a los quince años, porque un vecino, amigo de mi hermano mayor, iba al colegio por él en bicicleta. Ellos a veces jugaban billar o videojuegos de camino a casa, pero las otras veces iban charlando mientras él arrastraba su caballito de acero y yo me aburría en el camino.

Previamente le tenía miedo a montar bicicleta y aunque tenía una casi no la usaba, ni siquiera con las rueditas. Fue cuando mi vecino me dijo que para que no me aburriera, montara en su bicicleta. Mi hermano le dijo que yo no sabía y que nunca lo iba a hacer y yo, por orgulloso, empecé a montarme y a caerme.

Pero pronto aprendí. Fue una caja de Pandora. Desde que pude controlarla la usaba para todo. Evité usar el transporte público. Empecé a visitar toda la ciudad en bicicleta. La usaba para transportarme a la universidad y luego al trabajo. A mi madre nunca le gustó la idea. Tenía miedo de que me accidentara o de que me hicieran daño por robarla. Pero nunca pasó. Solo me quedó pequeña.

Aproveché la amistad con el mecánico del barrio para conseguir las mejores piezas. Mi segunda bicicleta, un regalo de cumpleaños, fue engallada con lo mejor que le pude comprar: las corazas, el manubrio, los pedales, el sillín, los cambios, los discos y los platos. Mi padre decía que gracias a mí estaba manteniendo los hijos del mecánico.

Tuve que hacer un viaje, y le confié mi bicicleta a mi mejor amigo. Al volver, me contó que su hermano la había sacado sin permiso y se la robaron. Así fue que con los ahorros, compré la tercera y actual. Después de que quedé desempleado, fue de gran ayuda para moverme.

Pero hubo un tiempo en que pensé que estaba 'salado'. Las cosas se daban para pensarlo. Aproveché la bicicleta, mis conocimientos para moverme por la ciudad y el instinto de sobrevivencia para trabajar como domiciliario. Sin embargo, a veces amanecía una llanta desinflada. La llevaba a parchar y luego se pinchaba la otra. Llegaba a casa con la ropa manchada de grasa porque tenía que sujetar la cadena que justo se salía a las diez de la noche. Hubo un momento en que me prestaron otra bicicleta para trabajar, porque a pesar de los parches, las llantas amanecían sin aire.

Incluso, me ofrecieron un empleo para ser guía turístico en bicicleta. No pude llegar a la cita porque la bicicleta prestada también sufrió el mismo percance. Tuve que sacar un préstamo para comprar neumáticos nuevos y darle una nueva oportunidad a mi vehículo.

En este momento las cosas ya marchan sobre ruedas y espero en algún momento volver a llenar de lujos mi vehículo. Solo mi pareja me recrimina porque no uso el caso que me regaló y yo le digo que no me pasa nada porque soy un mañoso de la calle, para no decirle que la verdad es que se me olvida. La verdad es que he tenido mucha suerte, me he salvado de los accidentes de una manera increíble y me he vuelto muy confiado.

No espero ser ciclista profesional ni subir a Los Patios de La Calera los domingos en la mañana. Pero me basta con sentirme libre, feliz y pleno cuando estoy atravesando la ciudad a toda velocidad, compitiendo con los demás y conmigo mismo para desestresarme. Vecino, donde quieras que estés, gracias por prestarme tu bicicleta.


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