Un Príncipe de Acero - parte 4
A las diez de la mañana estaba programada la posesión.
Mauricio Acero le pasó un discurso y una serie de preguntas que posiblemente le
haría la prensa. Fue conducido hacía el salón azul, donde se daban las
conferencias televisadas.
Antes de entrar, en el pasillo se encontraban una
serie de personas: el Primer Ministro electo Daniel Taborda, además de Nando Gonsández
y Káterin Leiton. Daniel fue el primero en acercarse a felicitarlo por su nuevo
puesto, y Mauro le respondió de la misma manera. Luego el legislador y por
último Káterin.
-
Entiendo que
ahora es el Príncipe con todas las de la ley. Gracias a eso ahora soy vice
ministra de minería y energía.
-
La felicito.
-
Tal como le he
dicho ayer, Su Alteza, recuerde que estamos para ayudarle y ayudarnos… ya sabe,
para hacer crecer nuestro país – dijo Nando, con su característica sonrisa fraternal.
Mauro le siguió la corriente, y unos minutos después
fueron entrando por orden de un organizador. Adentro del salón estaba dispuesta
una mesa de media luna donde se sentaron los anteriormente nombrados, y frente
a ellos una gran cantidad de periodistas pendientes de todo detalle que no
dudaron en cuestionar al nuevo Primer Ministro.
-
Ministro Taborda,
los escándalos de su antecesor obligaron a las votaciones anticipadas, ¿cómo
nos asegura que no se repetirá lo mismo durante su gobierno?
-
Primer Ministro,
debido a que el cargo está vacante, debe tomar posesión en menos de una semana,
¿está usted preparado para asumir su ministerio?
-
Ministro, ¿Cómo
luchará contra la mafia y los espías dentro de las instituciones?
Miles de preguntas que Daniel Taborda respondía
carismáticamente y que parecían las indicadas, aunque no era la respuesta correcta.
Mauro pensó que parecía un actor y que seguramente su poder de convencimiento
estaba en sus ojos claros. De repente, esos ojos lo miraron directamente y no
sólo él, sino todos en la sala.
-
Su Alteza –
preguntó una periodista - ¿desea que le repita la pregunta?
-
Eh, sí – balbuceó
Mauro - ¿Cómo es tu nombre?
-
Prohibido tutear
– le susurró Mauricio.
-
Soy Susi
Estéfanez, del diario La Realidad. La pregunta es: con este sorpresivo cambio
de administración, ¿cuenta usted con la experiencia necesaria para manejar sus
nuevas obligaciones?
Mauro olvidó la hoja de respuestas. Estaba nervioso.
Los periodistas estaban pendientes. Miles de personas detrás de las cámaras
estaban pendientes. Millones de escuchas lo tenían sintonizado en la radio.
-
Yo… yo soy
ingeniero, profesionalmente, y he liderado grandes proyectos que han
beneficiado a muchas personas, creo que puedo con este, y ahora mismo estoy
trabajando en…
-
Como ven –
interrumpió Mauricio – el Príncipe también es un ser humano y además un
ciudadano trabajador como todos los de este orgulloso país. Siguiente pregunta
por favor.
Mauro tomo aire. Notó que Susi no dejó de verlo y
luego sonrió y empezó a tomar nota. Luego de las preguntas, el Príncipe y el
Primer Ministro firmaron el documento, demostrando que los hombres más
poderosos se encontraban allí.
Durante esa semana, Mauro Ferro continuó con su
estricto horario. Entre el desayuno y el almuerzo, debía firmar los documentos
que le pasaba su asesor, que aunque trataba de leer, terminó confiando en
Mauricio porque no entendía nada. Él sólo le respondía firmar las posesiones de
alcaldes, vice gobernadores o remplazos de vicegobernadores, además de decretos
irrelevantes o menores que solicitaban los ciudadanos, como limitar el largo de
las correas para gato en zonas donde el clima fuera superior a 20 grados. “Son
formalidades aburridas, pero necesarias” decía Mauricio.
Entre el almuerzo y el té de las cinco de la tarde, se
dedicaba a recibir en su despacho a todos los ciudadanos que tenían cita para
presentarle un montón de proyectos bobos que iban desde pintar todas las casas
del mismo color para darle uniformidad a las ciudades, hasta el permiso para
prohibir que las palomas se posaran en los tejados. Finalmente, hasta el tiempo
que tenía hasta la cena, se aislaba en sus aposentos para dedicarse a su
proyecto personal.
Al tercer día tuvo su primera reunión con un
legislador en un salón distinto. Estuvo nervioso hasta que vio que era Nando,
quien tenía proyectado actualizar la letra del Himno Nacional. Después de
convencerlo con retórica, Mauro aceptó y revisó un papel para ver cuál era el
procedimiento a seguir.
Nando le agradeció. Ya sabía cómo debía seguir la tramitación:
simplemente le enviaría el proyecto a Mauricio quien lo revisaba, lo corregía,
lo ajustaba y lo dejaba listo para que fuera firmado por el Príncipe.
Al día siguiente se dio la noticia de la muerte de Su
Majestad, el rey Leonardo V. muchos sospechaban que ya había muerto días antes,
pero hasta para morir debía cumplir con el horario. Mauro asistió a los
funerales en la Catedral. Durante el sepelio vio entre los medios a Susi y ella
también lo vio. El príncipe se incomodó y continuó su camino.
Cerca de las once de la noche, ya un día después de
que Daniel Taborda fuera oficialmente Primer Ministro, Mauro sintió deseos de
comer algo, así que se le ocurrió llamar a una de las criadas para que le
trajera un emparedado. Presionó el timbre y en seguida escuchó pasos que
corrían a su habitación. La puerta se abrió enseguida y entraron doce guardias
vestidos con su uniforme rojo, que se distribuyeron por toda la habitación. El
más grande de todos se puso frente a él.
-
¡Capitán Gámez
reportándose!
-
No entiendo,
presioné el timbre para llamar a las camareras.
-
¡Ah! Falsa alarma
– los hombres salieron de la habitación, excepto por Gámez.
-
No has cambiado
nada, Ferro.
Era la primera vez desde que estaba allí que alguien
lo trataba con esa confianza. Mauro lo miró fijamente hasta que reconoció al
hombre detrás de la sonrisa casi oculta por una pequeña pero tupida barba.
-
Gámez, ¡Juan
Gámez! ¡Juanito! – los hombres se abrazaron – Tú si has cambiado bastante.
-
Esperaba alguna
oportunidad para poder visitarte en cuanto supe que estabas aquí, pero siempre
estabas ocupado. Mírate: todo un príncipe, como siempre lo quisiste.
-
¡Ja! Es una
broma. Siempre fue todo lo contrario y lo sabes. ¿recuerdas cuando jugábamos en
esa planicie, cuando éramos niños? Ya ni recuerdo dónde era.
-
En Tobina. No
puedo creer que no lo sepas. ¿No ves las noticias?
-
No tengo tiempo y
no puedo ver televisión en mi tiempo libre. La señorita Ceduin dice que es de mal
gusto. ¿Qué pasa con Tobina?
-
No olvides que
eres el que manda en este país. Debo irme ahora. Y ese timbre… tiene su maña.
Espero que no te cause más problemas.
Al rato entró la señorita Ceduin con un periódico.
Ella dijo que se había cruzado con el capitán, quien le pidió que se lo
entregara. Él aprovechó para pedir su emparedado. Ella salió y Mauro se sentó
de nuevo en su escritorio. Lo que vio en el titular no lo alegró mucho:
“Habitantes de Tobina deben abandonar el pueblo por
orden del Palacio Real”
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