El Misterio de Cachemira - parte 8 (final)


Karlos se despide y se va. Miguel, al regresar a su habitación, se encuentra con Camilo. Detrás de él cuelga un cuadro donde sale la misma mujer misteriosa. Miguel está seguro que es la madre de Camilo y se asusta. Ahora está respirando fuerte, pero decide enfrentarlo y se pone la mano en su corazón.

-     Usted es Rayo Humano.
-     ¿De qué me habla, proveedor?
-     He visto… su sombrero… su abrigo raido…
-     ¡Bah! Es sólo un disfraz, está de moda.
-     El desfibrilador…
-     Soy enfermero, tengo uno para el hotel. Mire, usted no se siente bien, le he traído su digoxina. Es evidente que su corazón ha empezado a fallar, tal como le pasó a mi madre. Pero no se preocupe, no va a sufrir más.

Camilo saca el frasco de pastillas sin etiqueta, y las tira en el piso. Miguel se agacha a recogerlas, pero cada vez tiene menos fuerza. Camilo sonríe y empieza a pisarlas, evitando que Miguel las coja.

-     Dijo que no iba a sufrir más, ¿Por qué me hace esto? Tengo que ir al hospital.
-     No necesita las pastillas para evitar su sufrimiento, ni mucho menos el hospital. Todavía recuerdo cuando mi madre padecía ese mismo mal. No tenía seguro médico, y no le dieron la digoxina. Y esos mafiosos farmaceutas con sus precios por el cielo, debía vengarme de ellos.
-     El Golden Pub…
-     Sí, yo surtí ese negocio en secreto, pero su dueño rompió el trato. Yo sólo quería ayudar. Pero aquí nadie quiere ayuda. Mi madre me dijo que nadie merecía morir a manos de ese sádico hospital. Ella prefería una muerte rápida.
-     Usted… usted la mató…
-     No, yo la liberé del dolor. Ella me lo pidió. No quería que se repitiera esa situación. Y yo se lo prometí. El general Michelsen, el soldado Julián, ellos ya fueron liberados también. Ahora es usted a quien liberaré del dolor. Ese dolor que tiene en el corazón.

Camilo entró a su habitación y en segundos salió disfrazado del Rayo Humano, trayendo el desfibrilador con él. Mientras se ponía sus guantes de látex, Miguel trató de escapar arrastrándose, pero ya no tenía fuerza. Estaba a merced de su asesino. Escuchó el sonido de un relámpago y vio a Camilo acercarse hacia él.

-     Rayo Humano también era un incomprendido.
-     Envié una carta... lo arrestarán, lo condenarán… asesino…
-     ¿No lo entiende? No soy un asesino, soy un salvador.

Camilo puso su mano sobre la boca de Miguel hasta que perdió el conocimiento y empezó a electrocutarlo. Miguel no se movía. Envolvió su enorme cuerpo en una bolsa de tela con la esquela del Hospital de Refiana, lo bajó por las escaleras y lo puso en una carretilla. Cerró el hotel y se fue por la calles pasando desapercibido por su disfraz, siendo ignorado entre lo evidente hasta que lo descargó sin piedad frente al Golden Pub, donde lo estaban esperando cuarenta policías, la misma cantidad que atrapó a Rayo Humano en el pasado.

Miguel despertó y ya no sentía dolor, pero parecía no estar entre nosotros. Yacía en el suelo, donde había caído y una mano cálida le ayudó a levantarse. Miguel se emocionó porque era su pareja, y más allá, su hermano. Ambos le dijeron que lo extrañaban, tanto como él a ellos, pero por eso no debía morir en vida y que aún tenía otra oportunidad. Todavía no era su tiempo y tenía mucho por hacer por los demás. Miguel se sorprendió.

-     ¡Arréstenlo! – ordenó el policía Salgado – Finalmente capturamos al peor homicida del mundo.
-     Sargento, mire, tiene signos vitales – mencionó uno de los policías que revisaba el cuerpo.
-     Santa Madre de Dios – susurró - ¿Qué esperan? ¡Llévenlo inmediatamente al Hospital!

De un momento a otro, Camilo saltó diciendo que él era el salvador, y la resurrección de Miguel lo probaba, empujó a uno de los policías y sacó su arma, pero no tuvo tiempo de hacer nada cuando otro de los uniformados le disparó. Camilo cayó en seguida y murió con los ojos abiertos, junto con una atemorizante sonrisa.

Miguel despertó una semana después de varias intervenciones médicas. Se sentía diferente, sin ataduras ni dependencias, a pesar de estar sujeto a toda clase de cables médicos. Lo primero que hizo fue tocar su corazón, donde ahora había una cicatriz. Una enfermera se acercó a revisarlo, y luego entró un doctor. Así supo que irónicamente debido a los fuertes electrochoques, su corazón resistió otro tiempo más, lo suficiente para recibir un trasplante fresco, que consiguieron de un donador sano y en perfectas condiciones. El corazón de su casi asesino. Miguel comprendió entonces que Camilo tenía razón: había aliviado ese dolor que tenía en el corazón, y ahora estaba listo para redactar una noticia.

FIN

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