El romance de Sara Malagán - parte 8

Cuando el rey de Férida se marchó, el rey leyó apasionadamente el Libro de Leyes. Siguiendo sus instrucciones y haciendo algunos cambios a conveniencia, mandó a construir la Casa Mayor de Justicia de Sabernal, en la que funcionaría el Supremo Tribunal. Al mismo tiempo levantó el edificio del Consejo y los inauguró con discurso y pompa.

Patentó la ley que inventó con los sabios oficiales y la llamaron la Ley de Górgorus. Luego promovió la noticia de que allí seria el lugar en el que se reunirían los cinco sabios y los cien delegados, veinte de cada provincia, para crear y derogar más leyes. 

También eligió a Alberto Marín como su ‘Representante Leal’, es decir, el segundo al mando y el que reemplazaría al rey en algunas ocasiones, incluso si él moría, el Representante Leal gobernaría hasta que el príncipe tuviera edad para gobernar: a los veinte años. El mismo tiempo que declaró como mayoría de edad nacional. 

En uno de sus días de alegría recibió una extraña visita que lo terminó de desconectar del mundo. Alexander, el guardia desaparecido había llegado al palacio casi harapiento y le contó lo que le sucedió esa noche: en el Bosque de los Fundadores encontró un extraño pozo cristalino, y como se sentía un poco cansado decidió relajarse y se metió en él. 

Luego vio en el fondo un montón de rostros desconocidos y varios brazos que lo jalaron hasta el fondo. Tenía tanto miedo al sentir que se ahogaba que cerró los ojos, pero luego no sintió nada más. Pensó que había muerto, pero al abrir los ojos de nuevo estaba acostado en el mismo pozo, pero no era el mismo ambiente. No eran los mismos árboles de pino sino árboles de acacia. 

Se levantó, tomó la ropa que había colocado en el borde del pozo y salió del bosque. Al llegar a la aldea más cercana le preguntó a una anciana donde estaba. Ella le dijo que estaban en Kicro, en la provincia de Priana, a unos kilómetros al sur de la ciudad. La única explicación que encontraba era que el pozo lo había transportado al suroriente del reino. 

Por temor de que también hubiera cambiado de tiempo le preguntó la fecha, pero no hubo problema porque era la misma. Por último le preguntó el nombre del bosque del que había venido y ella le dijo que ese era el Bosque de los Perdidos.

El rey realmente no tomó mayor atención a la noticia, pues estaba muy intrigado ahora por el matrimonio de su hija Astrid con el duque Daniel Sasure. Unos días después de las nupcias, la salud del rey empeoró: se volvió amarillo, con fiebres más altas y fuertes delirios. 

Una vez, su ama de llaves entró en la habitación con el desayuno y lo saludó como siempre, pero él respondió sentado en la cama, de alguna manera catatónico y con ojos en blanco: “Ateodo Ricardo II, ki lio Tarahuma denae mine roba selsuicas loge, ibu decare”. 

Ella no entendió nada y salió asustada a la habitación del médico Eliseo Molina, que se hospedaba en el Palacio desde la invitación de Marín, pero iba tan deprisa y haciendo tanto ruido que todos los que estaban allí se alarmaron y fueron a la habitación del monarca. 

- La locura de Ricardo II es sólo el inicio de la segunda fase de lo que he llamado el síndrome de Sebal – explicó el médico en frente de todos – La primera fase de éste síndrome son fiebres, malestares y calenturas; la segunda es demencia; lo que explica que unos días podría tener un genio extraordinario, y en otro momento podría ser el peor gobernante en el planeta.
- ¿Qué pasará después? – preguntó uno de los presentes.
- De acuerdo a mis análisis, si su Majestad continúa de esta manera, la tercera y última fase será una muerte por hemorragia cerebral. Lamentablemente, ante esto no hay cura.

Sus palabras fueron auguradas porque cinco meses después de que el rey se encontró con el hada, recordado como uno de los mejores monarcas, murió.

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