La Casa de más de Cuatro Pisos - Parte 30

Algunos años antes, Paolina y los migueles esperan a la ama para comenzar a cenar. Cuando ella llega parece muy enojada.
- Estúpidos becerros – dice Diana con su acento vaquero.
- Ama, ¿Desea que nos vayamos? – pregunta Paolina.
- Hagan lo que quieran. Faltaba que les diera permiso, caray.
Miguelángel del futuro se levanta de la silla, pero se le enreda el mantel y se cae al piso cómicamente. Miguelángel del pasado se ríe, pero Paolina por respeto se aguanta la risa, mientras Diana lo ve y se ríe inesperadamente. “Que niños tan graciosos, caray”.
- Qué pena, señora Becerra – dice Paolina sin darse cuenta de lo que le dijo.
- ¿Cómo así que señora Becerra? – dice Diana – ¡Que graciosos son ustedes!
- ¿Por qué le dicen así? – dice Miguelángel del futuro.
- No sé, debe ser porque compro, vendo, comercializo, industrializo, y hasta como puro becerro. Y porque tengo como doscientas cabezas. Sí, debe ser eso. Bueno, por quitarme el mal genio y hacerme reír les regalaré ese televisor que tiene dos canales. Era eso o lanzarlo por la ventana.
- ¡Qué bien! – dice Miguelángel del pasado – Imaginen todo lo que podemos ver con dos canales.

Al terminar la cena llevan el pequeño televisor a la humilde casa. Lo primero que hacen es instalarlo y encenderlo. Paolina hace sándwiches y sirve leche. En ese momento, todos los canales están en las noticias.
- Y eso, señores y señoras – dice el presentador – es todo lo que sabemos respecto al robo del tesoro griego en el Museo de Verón. Bien, en otras noticias, ¿existen los extraterrestres? Vamos con la nota.
- Buenas tardes – dice el periodista – Hemos recibido informes de que en horas de la mañana un OVNI se vio el cielo. Entrevistaremos a una persona de la localidad norte de la ciudad.
- Sí, yo lo vi, se posó en mi patio – dice la anciano entrevistado – es como un avión pequeño, algo ovalada y azul clara y tenía un estampilla de los juegos olímpicos de muchos años en el futuro. Lo raro fue que desapareció frente a mis propios ojos y la ropa quedó en blanco y negro.
- Sí, claro. Nuevamente hemos sido víctimas de otra broma. Volvemos al estudio.

Miguelángel del futuro dice en voz alta que esa es su nave y nota que su hermano y su hermana lo miran un poco extraños, pero luego le dice a Miguelángel del pasado que si no irá por esa nave y se la entregará, como se supone que sucedieron las cosas.
- Hermano Miguel, que cosas dices – dice Miguelángel del pasado.
- ¿Miguel? No, yo soy Miguelángel y usted es Miguel.
- No, yo soy Miguelángel, tú me dijiste que eras Miguel.
- Estoy confundida – dice Paolina – ya dejen de jugar.

Miguelángel del futuro se pone a pensar. “Eso quiere decir que Miguel no existe, nunca existió. Mi hermano, ¿soy yo mismo?”.
- Bueno – dice Miguelángel del futuro – sólo quiero saber una cosa más: ¿Dónde fue esa entrevista?
- Pues parece que es la vieja casa de más de cuatro pisos, en la calle Remsi – dice Paolina.

Miguelángel del futuro desaparece de la sala, se va de la hacienda El Pinar y se dirige a la casa de más de cuatro pisos. Al llegar golpea y sale el anciano de la televisión que no se percata que Miguelángel es sólo un niño.
- ¿Viene del banco? Ya le dije que voy a pagar, deme un poco más de tiempo, no me vaya a desahuciar todavía.
- No. nada de eso, solamente quiero saber de qué color esta la ropa en la terraza.
- En blanco y negro.
- Aun están aquí.

Sube las escaleras y confirma sus sospechas. Palpa la nave y presiona el botón que la revela completamente. Abre la puerta y entra. Adentro está Milwer durmiendo. “Al parecer Driana debió salir” piensa. Entra a la sala de mando y encuentra un baúl. Dentro de este hay dos manos de barro, con cinco anillos, tres argollas, tres aros, tres pulseras y dos brazaletes en cada una; una cabeza de madera también con tres balacas, dos diademas, cuatro pares de aretes de diferentes tamaños, dos pares de pendientes grandes, tres narigueras, cuatro collares y tres gargantillas, todos estas joyas de oro con el símbolo de Cronos.

“Este es el tesoro griego que mostraron en televisión. Así que Milwer fue quien lo robó. No estaría mal tomar algunas joyas. Después de todo ladrón que roba ladrón tiene cien años de perdón”. Se coloca el brazalete y vuelve a su edad normal. Con el ruido que causa Milwer despierta.
- Pero ¿quién demonios es usted y qué hace aquí?
- ¿No me reconoce? Soy Miguelángel Cuervo y vengo por mi nave.

Milwer se prepara y empiezan a pelear. Después de unos minutos de lucha llega Driana y logra separarlos. Miguelángel exige su nave y ella promete devolvérsela con una condición.
- No sé cómo ha logrado viajar en el tiempo, pero seguro lo afecta igual que a nosotros, y su cuerpo también se transforma. Tenemos un amigo historiador y experto en lenguas, que descubrió que con las joyas del tesoro griego podríamos mantener nuestra edad original. Nadie sospechó de un par de niños. De la misma manera, los portales de la Tierra son limitados, pero en Marte hay portales para viajar a cualquier época, incluso al futuro. Mi prometido y yo hemos construido para ello una nave espacial. Aun no está lista.
- La llamamos Gibelina, en honor a mi abuela – dice Milwer.
- Sí, en fin. No puede salir sola al espacio. Llévenos a Marte, nos deja allí y le devuelvo la nave, ¿bien?
- ¿Van a la estación Tirribeglo?
- ¿Cómo sabe de la estación Tirribeglo? Del lugar que venimos apenas están construyéndola.

Miguelángel no contesta, pero acepta y al despegar, Milwer le pide que los lleve primero a otra casa, en la que recogen a Diana la Calvo y Omairo. Para evitar confusiones, Miguelángel no se deja ver de ellos en ningún momento. Luego los lleva a Marte y Miguelángel recuerda que hacía poco estaba allí jugando como un peón en un ajedrez humano.

Después regresa a la Tierra y nota que el combustible se está agotando. La maquina se apaga y la nave aterriza forzada en una calle solitaria de Verón, pero Miguelángel alcanza a ponerle su protección de invisibilidad.

Recuerda que siempre deja un poco de combustible en la parte trasera y ruega porque todavía haya suficiente. Al salir de la nave, ve a una mujer que lo mira asombrada.
- Deibyd, ¿Viste eso? Se hizo invisible.
- Sí, es como la nave que yo arreglaba en mi casa, tal vez podamos regresar a casa. Disculpe, joven. Entréguenos esa nave, la necesitamos.
- No es posible – dice Miguelángel – no deberían saber de estas cosas.
- Mi nombre es Deibyd y ella es Nancy. Estamos en problemas. Entréguenos su nave. No hay tiempo para explicarnos.

Un par de policías se acercan y los interrogan por el ruido. Deibyd les dice que necesita la nave espacial de Miguelángel, pero los policías se miran entre ellos. Nancy les dice que la nave está detrás de ellos, pero está invisible. Uno de los policías le pregunta a Miguelángel si sabe de qué están hablando.
- Lo siento, no lo sé – dice él con la cabeza mirando el suelo.
- Ya escucharon, llévenlos a la comisaria por actos impropios en la vía pública. Si siguen así terminarán en el manicomio.

Miguelángel se siente culpable, pero no puede hacer nada más, así que espera que no haya nadie en la calle y busca el combustible. Sólo queda como para avanzar un par de kilómetros, así que lo oculta en unas minas abandonadas.

Vuelve al rancho, se quita el brazalete y se transforma en un niño de nuevo. Le pide a Miguelángel del pasado lápiz y papel y le dibuja un mapa del lugar en el que ocultó la nave.
- Es hora de irme. Le he dejado un regalito. Es una…planta, así que debes esperar por lo menos veinte años.
- ¿Te fugarás de casa? Eres malo, quisiera ser como tú. Ojalá no me olvide de ti, ya sabes, con esto de la amnesia. Prometo esperar esos veinte años.

Se despide sólo de él y se va a la casona de Diana la Becerra. Se pone de nuevo el brazalete y crece. Al salir Diana, él le pide que lo acompañe. Se dirigen hasta el marco de madera y Miguelángel le pide que lo toque. El remolino azul aparece y él entra. A Diana le da por curiosear y entra también. Ambos salen y ven algo diferente.

- Un momento, esto no es Marte.
- Tampoco es el rancho, parece un conjunto residencial, oh, ¿qué pasa? Siento que estoy envejeciendo, ¿voy a morir? No puedo morir todavía, debo dejar mi testamento, quiero dejarle mi casona a Paolina.
- Tranquilícese. Hemos viajado por el tiempo, y si ha envejecido significa que viajamos al futuro. Colóquese este brazalete. Conservará su edad real.
- Hola, hola, turistas. Soy Daniel, vendedor de salas y comedores, pero me pueden decir Valdo. Recientemente abrí un hotel. Cerca de él se celebrarán los diez años de la apertura del primer tren en el país, con un tren de cien vagones, el cual llevara de todo.
- ¿Diez años? – se pregunta la Becerra – Pero si apenas están planeando las vías.
- Es el futuro – le susurra Miguelángel Cuervo.

Ellos aceptan la invitación del hotel. Al llegar allí les dice que su habitación será la 14 C.

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