El romance de Sara Malagán - parte 2

Todos los que estaban en la sala se asombraron, sobre todo Darío Ance, quien era el chofer de Francisco, pero también viejo amigo y consejero de la familia Malagán.

- ¿Cómo pudiste entrometer a Arturo en esto?
- Mi hijo aún no había nacido.
- ¡Yo no voy a cumplir esa miserable apuesta! – le grito Eugenio al juez – ¡mi hijo no tiene edad para matar!
- Según la ley hecha por Ricardo II – dijo el juez, revisando otros papeles – en base a la segunda apuesta de Górgorus, dice: La persona o personas que incumplan un documento firmado en nombre del reino sin causa justificada, se le procederá a asignar un castigo de la siguiente manera: el pueblo elegirá entre la pena capital, o la cárcel perpetua.
- Pero no aceptaré. Prefiero morir antes que ver a mi hijo muerto – dijo Francisco.
- Exijo usar la ley Górgorus, la salvavidas – dijo Eugenio – Puedo usarla ¿no es así?
- En verdad sí se puede usar – respondió el juez, revisando más papeles –. Se puede ‘olvidar’ parcialmente, pero tendrá que llevarse a cabo en un término mínimo de veinte años del inicio de la apuesta, o ambos apostantes serán ahorcados.
- ¿No hay otra alternativa?
- No, y lamentablemente sugiero que acepten. Bueno, no sabemos qué puede pasar en diez años.

Los apostantes aceptaron con resignación, y durante ese lapso de tiempo no se habló más del tema.

El rey Leonardo V murió y su hija, la reina Ivonnet, gobernaba en paz, aunque en apariencia era dulce e inocente, realmente no dudaba usar una mano de hierro en serias decisiones. 

Mientras tanto, el rencor crecía entre los Malagán y los Burto, hasta tal punto en que si más de un miembro de la familia de uno u otro se veían casualmente en el mismo lugar, la multitud por miedo se apartaba como si hubieran visto a un par de lobos.

Una soleada tarde de febrero, en la mansión de los Malagán, se hizo una fiesta en honor al heredero de la familia, Arturo Malagán. El apuesto caballero, heredero del testarudo genio de su padre y la dignidad de su madre, cumplía 20 años y al festejo sólo fueron invitados las familias de su clase social, exceptuando obviamente a los Burto y los que estaban de su lado.

Sergio Marín, y Antonio, amigos de Arturo, pero también de Mario Burto, salieron de la mansión, atravesaron la ciudad e invitaron a Mario a la fiesta sin que nadie se diera cuenta. Mario aceptó la invitación, sólo por rebeldía. Había estudiado meses en el exterior y quería conocer a la famosa preciosidad de Sara Malagán. Escapó de su enorme casa mientras su padre le explicaba a su hermano mayor técnicas militares y estrategias de guerra, y eso a Mario no le interesaba.

Lúcita Pérez, ama de llaves de don Francisco Malagán, conocía a todas las personas y hasta el último rincón de la ciudad. Era grande y gorda, aparentaba menos edad de la que realmente tenía y quien la viera por primera vez, podría fácilmente caer en su confianza para pedirle un abrazo a cambio de todos los secretos del mundo.

Tenía órdenes de la esposa de don Francisco, doña Victoria de Malagán, de entregarle el vestido rojo con brillantes cristales a Sara. Era su vestido más hermoso, sin embargo, cuando entró a la habitación, ella ya se había colocado un vestido morado de terciopelo. Sara ya era una mujer. Era tan bella que provocaba accidentes tan sólo al cruzar la calle. Lúcita le habló sobre el vestido.

- Tranquila Lúcita. He decidido colocarme este traje para no parecer extravagante.
- Pero niña Sarita, son ordenes de tu madre.
- No me importa, no me lo colocaré ahora. Le diré a mi madre que no te reprenda. Lo vestiré en cuanto llegue el príncipe. Lo prometo.

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