Un Príncipe de Acero - parte 9 (final)
“El Acero es sólo la transformación del Hierro, mucho
más manejable y a veces más fuerte” les dijo Mauro al presidente de Aceros Limpios,
su junta directiva y el Ministro de Minas ese mismo día. Por supuesto allí
estaba Susi cubriendo el evento. Los había reunido, y no creyó que fueran a
aceptar tan rápido. El hombre que es un bonachón, recibió interesado la
invitación de Su Alteza, pues siempre quiso conocer el Alcázar.
Mauro les había hecho una presentación de su proyecto
que llevaba desarrollando desde que era ingeniero en esa empresa, y que
precisamente se dirigía a proteger el territorio de Tobina, demostrando que no
sólo dañaría ambiental, física y socialmente aquel pueblo, sino que sería una
enorme pérdida económica de la empresa, pues el hierro de esas minas era
prácticamente inservible.
-
Este es un trozo
extraído de esa zona.
La junta directiva, el presidente y el ministro
murmuran acerca del tema y concluyen en que el ingeniero tiene razón. Darán la
orden para salir del territorio de Tobina.
-
Fue una excelente
presentación, hijo – dice el presidente.
-
Muchas gracias.
Fue una ardua investigación.
-
Me gustaría que
reconsideres tu renuncia y regreses a nuestra amigable empresa. Con tu visión,
en menos de un año estarás en la junta directiva.
Ferro regresa a su habitación e inmediatamente se pone
a empacar. Enseguida entra la señorita Ceduin, quien le pide que no tome
represalias contra Juan, pues sabe que mientras estaban en peligro en los pisos
superiores, él estaba dirigiendo valientemente a sus hombres fieles contra los
guardias que se estaban insurreccionando.
-
Definitivamente
es un valeroso caballero oscuro.
La señorita se eleva un poco en sus pensamientos, pero
de pronto regresa a la realidad, notando que Mauro la está observando.
-
¿Su Alteza, qué
está haciendo?
-
Quisiera regresar
esta noche a dormir a mi hogar. Tengo entendido que mañana regresa Su Majestad.
-
No hay problema
con eso, pero usted no debería estar empacando.
Repentinamente sopla un silbato y llegan seis mucamas
que en menos de un minuto tienen listas las maletas.
-
Quiero que sepa,
si me es lícito decirlo, que fue agradable tenerlo por aquí.
Mauro sonríe y la abraza, lo cual ella tarda en responder
por lo imprevisto del asunto.
En unas horas regresa a su apartamento donde está su
nana. Conversan brevemente sobre el tema de Aceros Limpios y ella lo felicita
por la noticia.
-
Quizás hay
alguien más que te quiere felicitar.
Detrás de él está Susi, quien estaba sentada en el
sofá.
-
Me dijeron que
hoy te ibas del Palacio, y quise venir a saludarte. Pensé que llegarías
primero.
-
Hay mucho papeleo
y burocracia para todo eso. Casi no puedo salir.
-
¿Estás seguro que
no quieres regresar al Alcázar para que te coronen rey?
-
Estás loca –
respondió sonriendo – No soy un príncipe, soy un ingeniero.
-
Siempre serás mi
Príncipe de Acero.
Ambos se besaron antes de que Mauro le pidiera salir a
cenar esa noche.
Entre la entrada y el postre conversaron de sus planes
futuros y él preguntó cómo veía el trabajo del Primer Ministro. Ella se asombró
porque se dio cuenta que ahora empezaba a interesarse en la política. “Quizás
eres parecido al acero que mencionaste en la reunión. Te has transformado en
algo mucho mejor” dijo Susi y ambos rieron. Luego, respecto a su pregunta, le
respondió que aunque era muy pronto para saberlo, tenía suficiente apoyo en el
Consejo para poder hacer un buen trabajo.
No se equivocó, pues aunque con algunas fallas, fue un
excelente cuatrienio para el reino. Fue reelecto dos veces y finalmente fue
representante en la Organización de las Naciones Unidas.
Del misterioso Mauricio Acero nunca supieron más nada.
Muchas suposiciones coincidían con lo que alguna vez le dijo Daniel a Mauro.
Unos decían que efectivamente había muerto dentro de las duras condiciones de
la institución mental, otros aseguraban que ni siquiera había ingresado sino
que un helicóptero había levantado el coche donde lo traían y había
desaparecido en el horizonte. Lo cierto era que su registro no existía en ese
lugar.
Mauro sólo regresó al Alcázar tres veces en su vida, y
casi obligado por su prometida Susi: durante la coronación de la Reina Ivonnet,
su boda real unas semanas después, y durante una entrega de medallas por ser
persona honorable al haber protegido de la minería legal e ilegal varias zonas
del país.
Aunque nunca se lanzó a un cargo político, más por
miedo a ganarse enemigos, fue uno de los más queridos por los habitantes del
reino y muy recordado a pesar de su corto periodo en la monarquía, y algunos
confusos lo señalaban que en realidad él era el Príncipe de Acero.
FIN
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