Un Príncipe de Acero - parte 3
El Alcázar, la residencia oficial de los reyes de
Nueva Sabernal, no había cambiado mucho desde que los primeros monarcas
construyeron la mansión sobre un altar indígena. Durante los siguientes
doscientos años, se había remodelado constantemente. Ahora el Alcázar tenía
forma de E mayúscula, con la entrada principal en el borde de la segunda línea;
contaba con más de veinticinco salones de Estado, sesenta dormitorios y
apartamentos principales, doscientas habitaciones de empleados, ciento cinco
oficinas y un centenar de baños.
Estaba rodeado por parques, lagos artificiales y
jardines enormes, y la entrada era un patio grande con un camino de medio
kilómetro que se dividía en dos cuando salía a la plaza principal de la ciudad,
creando así una plaza más pequeña en forma triangular donde se daban los
discursos y espectáculos reales.
Alrededor de la plaza principal, llamada simplemente
Plaza de Tívecre, estaba construida la Catedral, el Consejo, el Palacio de Justicia,
además de otras casas y palacetes que actualmente eran de carácter
gubernamental y cultural.
Mauro Ferro estaba llegando cerca de la media noche a
su nueva habitación, custodiada por cuatro guardias de la Policía Real. No era
para nada modesta y era casi más grande que su apartamento en Las Colinas.
Mauricio le había dicho que debido a la hora, no podía hacer otra cosa que
descansar, y que al día siguiente empezaría lo básico, como desempacar sus
cosas, presentarle a las principales amas de llaves, un recorrido por el
edificio y otras irrelevancias relacionadas con su nuevo trabajo. Por lo tanto,
por su seguridad, esa noche dormiría bajo llave. Estaba tan aturdido y
extrañado por la situación que no le importó.
Le costó dormir. Eran las dos de la mañana pasadas
cuando lo logró. Soñó algo bonito, que estaba con su nana en un lugar que ya no
recordaba. Era un lugar verde, con una cabañita hecha de madera en la que le
gustaba jugar cuando era sólo un niño.
De repente despertó: estaban abriendo la puerta doble.
Apenas podía moverse, luego vio que entraron varias personas. Cuando tomó
conciencia de lo que pasaba, alguien encendió la luz, y Mauro quedó sentado en
la cama asustado. La mayoría eran mujeres jóvenes uniformadas y quien había
encendido la luz era una mujer mayor de rasgos sensuales y ademanes perfectos
como un robot, con un uniforme parecido al de las demás, pero con mayores atributos
como medallas, monedas y joyas decorativas. Luego se percató que ella había
quedado en frente de la cama y tres de las mujeres quedaron a su derecha y tres
a su izquierda, en una sincronía perfecta.
-
Su alteza, le
deseo un buen día. Son las seis de la mañana, es hora de levantarse. Soy el ama
de llaves de esta ala y Su Alteza deberá llamarme señorita Ceduin. Las
camareras se encargaran de desempacar y organizar sus posesiones. Tres de ellas
estarán de día y tres de noche. Además tres de ellas se encargarán de su
asistencia personal, tres se encargarán de su alimentación, tres de ellas se
encargarán de peinarlo y tres de ellas de mantener la organización de sus
aposentos.
Mauro se levantó de la cama e inmediatamente las
mujeres cambiaron de posición y él se asustó.
-
Tengo que
ducharme.
-
Por supuesto –
dijo el ama de llaves – sígame.
Aunque atónito, él la siguió al baño que estaba
adentro mismo de la habitación. Dos de ellas lo siguieron.
-
Su Alteza debe
cambiarse detrás de ese biombo. Las camareras se encargarán de recoger su ropa
y dejarle un traje nuevo preparado. Una de ellas estará adentro hasta que
termine su baño, por si necesita algún otro elemento que no esté a su alcance. Otra
estará presente por si desea hacerse la manicura o la pedicura. Puede hacer uso
de la ducha o de la bañera.
Mauro siguió las instrucciones y salió detrás del
biombo con una toalla amarrada.
-
Prefiero la
bañera – dijo él.
Al entrar, tenía más llaves que una nave espacial
según él, y tenían distintas funciones, desde dispensadores líquidos hasta una
emisora de radio, incluyendo una función de luces. Había múltiples regaderas en
distintas partes de la ducha además del techo, incluyendo las paredes y las
esquinas del suelo.
-
Su alteza,
recuerde que el tiempo máximo es de siete minutos en la ducha y de quince en la
bañera. Debo recordarle también que el desayuno se sirve a las siete de la
mañana, el almuerzo a medio día y la cena a las siete en punto. Una de las
camareras le entregará más tarde un formato de nuestro nutricionista, con el
fin de saber qué comida podemos servirle y qué no.
-
¿Puedo comer un
emparedado a las cinco de la tarde?
-
Sí, señor.
¡Señorita Árolin! Que todos los días a las cinco de la tarde le preparen un
emparedado.
-
Sí, señorita
Ceduin.
-
¡No! – dijo Mauro
desde la ducha – Sólo era un ejemplo. ¡Ay! Bueno, no importa.
Mauro salió de la ducha con la toalla y una de las
camareras se acercó con una salida de baño. Otra venía con la ropa lista y otra
con distintas opciones para la ropa interior sobre una bandeja de cerámica,
como si fuera una muestra de comida. Mauro estaba rojo y escogió uno que tenía
una trama de rombos. Luego se terminó de cambiar detrás del biombo. Salió con
un elegante traje.
-
No recuerdo haber
empacado esto.
-
Es para su
posesión – dijo la señorita Ceduin – si desea algún accesorio no dude en
solicitarlo.
Al regresar a la habitación ya estaba ordenada. Su ropa
y sus maletas estaban en el armario, y los documentos estaban sobre el
escritorio.
-
El señor Mauricio
me ha dicho que se reunirá con usted antes del desayuno, así que finalmente le
recordaré que si necesita a una de las camareras toque aquel timbre una vez. En
caso de estar en peligro, tóquelo dos veces.
La señorita Ceduin lo llevó por los pasillos
rectilíneos hasta la tercera ala donde estaban las oficinas. La puerta estaba
abierta y adentro estaba Mauricio. Él lo saludó vigorosamente y le pidió a la señorita
Ceduin que le trajera el desayuno a la oficina ámbar. En cuanto se retiró,
Mauricio dijo que ella era muy hermosa, pero le parecía demasiado estricta.
Ambos hombres salieron de esta oficina y caminaron por
otro pasillo hasta otro recinto más grande, custodiado por guardias. Adentro
había un escritorio, una chimenea, una sala y un comedor. Hacia la puerta había
un escritorio más pequeño, pero igual de equipado, donde se instaló Mauricio.
Le comentó que a partir de ahora, sería su asesor
personal y le ayudaría en todo lo que necesitara. Le mostró la oficina, algunos
archivos y finalmente le pasó varios documentos relacionados con su posesión
que debía firmar.
-
Felicitaciones –
dijo Mauricio después de que Mauro firmara – Desde ahora es el Príncipe de
Sabernal y primer administrador del reino. Una pequeña reunión privada se dará
esta noche. Aquí está además del famoso Permiso del Rey para la posesión del
Primer Ministro. La que firmará en la rueda de prensa es meramente simbólica.
-
¿Rueda de prensa?
– preguntó asombrado.
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