Las Crónicas de la Línea del Cielo - parte 4

Nando desempaca algunas cosas de la maleta y luego se asoma por la ventana ubicada en el segundo piso. Desde allí ve otras casas del club, dispuestas estratégicamente para que todas reciban la luz del sol.

También ve en la entrada a su abuelo Esteban, quien fuma otro cigarro. De pronto lo ve botarlo y se dirige sin ser notado a la casa vecina, donde ve a un hombre que le abre la puerta. No le ve la cara pero sí su traje azul oscuro, enseguida  baja a seguirlo. Al mismo tiempo Luis Carlos lo ve y lo sigue. Lo detiene en la puerta.

-  ¿Eres Nando, no es así? Me gustan tus protagónicos.
-  Ay, pero por favor, es lo menos que pueden sentir quienes me ven.
-  Quisiera un autógrafo tuyo, pero ¡ay! Olvidé tontamente mi agenda de autógrafos en la mesita de arriba. Deberías traerla y así te la firmo.
-  Oh, sí, bueno…
-  Lo siento, ¿ibas a hacer algo?
-  No...

Nando sube las escaleras y Luis Carlos camina hacia la casa a la que entró Esteban. Abre la puerta y la cierra con llave.
-  Debes tener más precaución. Te dejas ver y dejas esta puerta abierta.
-  Deja de gritar y siéntate – mencionó un hombre pausadamente. Aunque estaba sentado, se notaba que era alto y era por completo calvo. Nada quedaba de lo grande y poderoso que fue alguna vez, excepto su mirada y su voz dominante.

Frente a él estaba sentado Esteban. Luis Carlos terminó sentándose para formar un triangulo.
-  ¿Qué sabes de ese muchacho que enviaste, Andrés? – preguntó Luis Carlos encendiendo un cigarro.
-  Aún nada – respondió Esteban – Lo último de lo que me informó es que estaba tras el hombre que quiere comprar El Edén. Es un hombre peligroso, pero solo la quiere para construir un parqueadero.
-  ¿Un parqueadero? – dijo el hombre calvo, apagando un cigarro y encendiendo otro – Ese es un terreno enorme.
-  No me sorprende – dijo Luis Carlos – Escuché que compró tu hacienda para hacer un centro comercial. ¿Me has oído, Leukardo? Y no deberías fumar tanto.
-  Es pavoroso.
-  Pero Esteban, me has dicho que esa hacienda no se puede vender a menos que tengan las tres firmas de tus nietos. Ellos deberían saberlo. Y también saber que si la venden, recibirías bastante dinero y te irías de aquí.
-  No me importa el dinero, Luis Carlos. Y por supuesto que mis nietos no solo no lo saben, sino que están en peligro. Ryan tiene seguridad privada, Jijo está perdido. Sólo pude enviarle un guardaespaldas a Nando. Espero que entienda la gravedad de su situación.
-  No te preocupes, Esteban – dijo Leukardo – Te conseguí al mejor. Necesito a Nando en buenas condiciones.
-  ¿También le dirás por qué razón? – preguntó Luis Carlos, irónicamente.
-  Aún no debe enterarse. Concentrémonos en cosas más importantes. Dijiste que Andrés estaba enterado del misterioso comprador. ¿Al menos supiste su nombre?
-  Sí, lo anoté por aquí – Esteban sacó un papel del bolsillo – Se llama Mauro Alejandro Fherro…

Las bocinas de un auto sonaron escandalosamente y los tres hombres se alertaron.
-  ¡Mírate como te has puesto de nervioso, Luis Carlos! – dijo Leukardo mientras se acercaba con un bastón a la ventana – Es un carro grande, frente a tu casa, Esteban.
-  Luis Carlos, ayúdame a ver quién es.

Cristian, Nando y Paula salieron para ver qué sucedía, y del carro salió una mujer, que aunque parecía delgada y frágil, su temperamento era lo contrario.
-  ¿Dónde está Esteban Calderón?
-  Ay, pero ¿Cómo se te ocurre venir a gritar aquí? – le dijo Nando - ¡Estás ciega, mi vida! No ves que es un sitio para personas mayores, que se van a morir, que lo único que les falta es que vengas a asustarlos así, por Dios.

La mujer se dirigió hacia él, e incluso Nando se intimidó por un segundo, pero primero Paula y luego Ángel le impidieron el paso.
-  ¿Dónde… está… Esteban… Calderón?
-  Apártese – dijo Paula.

Detrás de ella se acercó Saris quien se quedó mirando a Paula a los ojos.
-  Agente K, es él – mencionó, señalando al hombre en silla de ruedas, y volvió a mirar a Paula.

La agente se dirigió con determinación.
-  ¿Qué quiere, niña? – preguntó Esteban.

-  Vengo a matarlo.

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